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Jugadores de cartas. El lienzo se atribuye a Caravaggio |
Solo
una vez en mi vida estuve en una timba de cartas. Era de madrugada y recuerdo
que la luna llena sobre la playa iluminaba el mar tras el que aguardaba África.
Hacía ese calor húmedo de las noches de verano con anticiclón persistente, y
sobre la arena ya no quedaba nadie. Sí había muchos mosquitos, por
las cercanas marismas.
Yo
iba de acompañante porque ni tenía dinero ni sabía jugar al póker. Fui por simple curiosidad.
A Roberto, mi anfitrión, lo había conocido en un curso de fotografía en el que
habíamos coincidido unos meses antes. Siempre sonreía. Él mismo decía de sí
mismo que era más maricón que un palomo cojo, pero nunca se me insinuó. Sería
que no era su tipo o que intuía que pincharía en hueso.