La última pregunta es una gozada mayúscula para los que gustan de la ciencia ficción, y será una agradabilísima sorpresa para quienes no se acercaron hasta ahora, por el motivo que fuere, a ese género. Confieso que mi interés por la Filosofía no lo despertó ningún profesor, sino gentes como Asimov y Artur C. Clark, en cuyos textos de aventuras interestelares subyacen constantemente y sin que nos demos cuenta esas jodidas preguntitas que siguen sin contestarme, por más que muchas religiones y credos presuman que tienen la respuesta: quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos y qué puñetas hacemos en este lindo planeta.
Eso y mucho más es La última pregunta, que aunque parezca mentira se publicó nada menos que en... 1956.
La última pregunta, de Isaac Asimov
La última pregunta se formuló por primera vez, medio en broma, el 21 de mayo de 2061, en momentos en que la humanidad (también por primera vez) se bañó en luz. La pregunta llegó como resultado de una apuesta por cinco dólares hecha entre dos hombres que bebían cerveza, y sucedió de esta manera:
Alexander Adell y Bertram Lupov eran dos de los fieles asistentes de Multivac. Dentro de las dimensiones de lo humano, sabían qué era lo que pasaba detrás del rostro frío, parpadeante e intermitentemente luminoso ―kilómetros y kilómetros de rostro― de la gigantesca computadora. Al menos tenían una vaga noción del plan general de circuitos y retransmisores que desde hacía mucho tiempo habían superado toda posibilidad de ser dominados por una sola persona.