martes, 30 de septiembre de 2014

El poeta negro, de Antonio Ballesteros

La pereza me impide participar en concursos asiduamente, pero cada tanto envío un texto al certamen que convoca "Iniciativa Ciudadana del Toledo Histórico", para mantener lazos con mi ciudad natal. Hace poco publiqué en este blog El desalojo,  premiado en 2014, y ahora hago lo propio con El poeta negro, ganador del 15º certamen de relato corto “Cuentos de las Cuatro Calles”.
Espero que les guste, al menos yo lo pasé estupendamente mientras lo escribía.



El poeta negro, de Antonio Ballesteros

Dicen que la realidad supera con frecuencia a la más delirante ficción. Por eso, a nadie debería extrañarle que si en esta brumosa madrugada mi famoso e insigne archiabuelo, el ilustre poeta don Gustavo Adolfo Bécquer, levantase la cabeza y me viera pasear por las desiertas callejuelas de este Toledo remozado que apenas vagamente reconocería, podría pensar que revivía los delirios de la tuberculosis que lo llevó al más allá.

domingo, 28 de septiembre de 2014

En el bosque, de Ryunosuke Akutagawa



Desconcertante relato que Akutagawa escribió entre 1921 y 1922 sobre un asesinato: el lector se encuentra con las versiones, contradictorias, de los implicados, y ha de hacerse por sí solo un juicio sobre lo sucedido. El texto tan solo ofrece, entre paréntesis, al modo teatral, breves indicaciones circunstanciales sobre la actitud de los declarantes.
Hace años le oí decir a Jesús Ferrero que la forma más exacta de relatar un suceso es la crónica forense, en la que no hay lugar para valoraciones subjetivas ni digresiones.
El relato del maestro japonés es incluso más sucinto, ya que se limita a exponernos la declaración de los protagonistas y testigos, exigiendo así la complicidad del lector en la resolución del relato.
Junto con el cuento Rashômon (que dio nombre al film), fue llevado al cine en una interpretación libre de ambos textos por Akira Kurosawa, en 1950.

En el bosque, de Ryunosuke Akutagawa

Declaración del leñador interrogado por el oficial de investigaciones de la Kebushi*.

-Yo confirmo, señor oficial, mi declaración. Fui yo el que descubrió el cadáver. Esta mañana, como lo hago siempre, fui al otro lado de la montaña para cortar abetos. El cadáver estaba en un bosque al pie de la montaña.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Mecánica popular, de Raymond Carver

Fuente:Bob Adelman:Raymond Carver in 1984.The New Yorker
Decía Horacio Quiroga que en un buen cuento no sobra ni falta una sola línea.
Cuando un escritor comienza un texto ha de hacer numerosas elecciones. Dos de las más significativas son el tema y la forma de narrar. Es decir, qué cuenta y cómo desarrolla su relato.
Igual que el director de cine opta por situar la cámara fija o en movimiento, entre muchos ejemplos posibles, el escritor, igualmente entre innumerables opciones elige dónde sitúa su atención, qué ilumina y qué oculta (o simplemente silencia) al lector sobre la historia que le cuenta.
También decide si realiza un relato exhaustivo que enumere hasta los más mínimos detalles de la misma o, en el otro extremo, sintetiza el relato dejando en él solo lo estrictamente relevante: busca la complicidad del lector dejando que sea él quien recree tales detalles: naturalmente, si al lector le viene en gana y, como es obvio, a su forma y conveniencia, según su experiencia, sus valores y prejuicios y su cosmovisión.
El norteamericano Raymond Carver (1939-1988) da una lección magistral de síntesis narrativa en Mecánica popular, y en muy pocas líneas esboza una situación cotidiana, la convierte en dramática mediante un ágil diálogo y la resuelve con cinco palabras, en este caso con un sarcasmo inapelable.
Ni una línea de más, ni una de menos.

Mecánica popular, de Raymond Carver

Aquel día, temprano, el tiempo cambió y la nieve se deshizo y se volvió agua sucia. Delgados regueros de nieve derretida caían de la pequeña ventana —una ventana abierta a la altura del hombro— que daba al traspatio. Por la calle pasaban coches salpicando. Estaba oscureciendo. Pero también oscurecía dentro de la casa.
Él estaba en el dormitorio metiendo ropas en una maleta cuando ella apareció en la puerta.
—¡Estoy contenta de que te vayas! ¡Estoy contenta de que te vayas! —gritó—. ¿Me oyes?

martes, 23 de septiembre de 2014

El episodio Kugelmass, de Woody Allen



Cientos de millones de parejas han atravesado por etapas de rutina y desamor que llevaron a alguno de sus integrantes a buscar una aventura extramatrimonial.
El protagonista de este delirante cuento que Woody Allen escribió en 1970, es uno de ellos, pero a la vez se trata de un privilegiado, porque tras una serie de peculiares peripecias consigue tener un romance nada menos que con la Madamme Bovary de Flaubert. No con el personaje literario, y de forna imaginaria o en sueños, sino con la sensual Emma en persona, a la que podrá besar y abrazar en hueso y, sobre todo, carne. ¿Le permitirá eso acceder a la felicidad?

El episodio Kugelmass, de Woody Allen

El profesor Kugelmass, quien dictaba clases de Humanidades en el City College, estaba infelizmente casado por segunda vez. Su esposa, Dafne Kugelmass, era una idiota. Él también tenía dos hijos tontos de su primera esposa, Flo, y estaba hasta el cuello de deudas ocasionadas por los costos de la separación y manutención de los niños.
“¿Acaso yo sabía que las cosas iban a salir tan mal?”, se lamentó un día Kugelmass dirigiéndose a su analista. “Dafne era muy prometedora. ¿Quién podría sospechar que ella iba a abandonarse y a engordar como tonel? Además, ella tenía algunos dolarillos, lo que no es –por supuesto– razón suficiente para contraer nupcias pero tampoco viene mal, teniendo en cuenta los problemas operativos que tengo. ¿Entiende lo que le digo?

Kugelmass era calvo y tan peludo como un oso, pero tenía un gran corazón.

jueves, 18 de septiembre de 2014

La muerte tiene permiso, de Edmundo Valadés



Busqué La muerte tiene permiso, del escritor mexicano Edmundo Valadés (1915-1994), al día siguiente de ver la película Relatos salvajes, del argentino Damián Szifron. Los relatos del film me recordaron este cuento, que leí hace no sé cuantos años. Inevitablemente, unos y otro también me hicieron acordar de Fuenteovejuna, de Lope de Vega.

Con una pasmosa y admirable economía de medios, Valadés nos adentra en una situación que nos impide continuar impasibles la lectura, y la remata con un final imprevisto y sorprendente, de una sencillez contundente y genial.
Tan recomendable la película como este cuento corto que sin ningún reparo podría haber estado en ella.
Tras el texto añadimos un pequeño glosario de voces mexicanas que aparecen en el texto: ejidatarios, jijospaliacateitacatesórale y amuina.


La muerte tiene permiso, de Edmundo Valadés


Fragmento de la exposición “La muerte tiene permiso”,
de José Guadalupe Posada (1852-1913)

Sobre el estrado, los ingenieros conversan, ríen. Se golpean unos a otros con bromas incisivas. Sueltan chistes gruesos cuyo clímax es siempre áspero. Poco a poco su atención se concentra en el auditorio. Dejan de recordar la última juerga, las intimidades de la muchacha que debutó en la casa de recreo a la que son asiduos. El tema de su charla son ahora esos hombres, ejidatarios congregados en una asamblea y que están ahí abajo, frente a ellos.

martes, 16 de septiembre de 2014

La última pregunta, de Isaac Asimov


La última pregunta es una gozada mayúscula para los que gustan de la ciencia ficción, y será una agradabilísima sorpresa para quienes no se acercaron hasta ahora, por el motivo que fuere, a ese género. Confieso que mi interés por la Filosofía no lo despertó ningún profesor, sino gentes como Asimov y Artur C. Clark, en cuyos textos de aventuras interestelares subyacen constantemente y sin que nos demos cuenta esas jodidas preguntitas que siguen sin contestarme, por más que muchas religiones y credos presuman que tienen la respuesta: quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos y qué puñetas hacemos en este lindo planeta.



Eso y mucho más es La última pregunta, que aunque parezca mentira se publicó nada menos que en... 1956.

La última pregunta, de Isaac Asimov

La última pregunta se formuló por primera vez, medio en broma, el 21 de mayo de 2061, en momentos en que la humanidad (también por primera vez) se bañó en luz. La pregunta llegó como resultado de una apuesta por cinco dólares hecha entre dos hombres que bebían cerveza, y sucedió de esta manera:
Alexander Adell y Bertram Lupov eran dos de los fieles asistentes de Multivac. Dentro de las dimensiones de lo humano, sabían qué era lo que pasaba detrás del rostro frío, parpadeante e intermitentemente luminoso ―kilómetros y kilómetros de rostro― de la gigantesca computadora. Al menos tenían una vaga noción del plan general de circuitos y retransmisores que desde hacía mucho tiempo habían superado toda posibilidad de ser dominados por una sola persona.

domingo, 14 de septiembre de 2014

El día no devuelto, de Giovanni Papini



Partiendo de una brillante idea que plantea una situación insólita, en un tono entre melancólico e irónico el autor sorprende y embruja al lector con una historia que le deja pensando en el sentido de su vida y en cómo la emplea.
Al narrar en primera persona, como es habitual en Papini, introduce un segundo personaje, el propio narrador, que sin intervenir en el núcleo del relato se ve implicado en él, de forma que lo enriquece y le da coherencia interna y credibilidad, algo casi imprescindible cuando se aborda la creación de un relato fantástico.
Muy disfrutable, en definitiva.

El día no devuelto, de Giovanni Papini
Yo conozco a muchas bellas y viejas princesas, pero solamente de aquellas tan pobres que apenas tienen una pequeña camarera vestida de negro y se ven obligadas a vivir en alguna villa toscana venida a menos, en una de aquellas villas escondidas en las que dos cipreses polvorientos dan guardia a una cancela cerrada.

lunes, 8 de septiembre de 2014

El barril de amontillado, de Edgar Allan Poe

El barril de amontillado (The Cask of Amontillado), de Edgar Allan Poe, es un genial cuento de suspense, y eso es mucho, sobre todo si tenemos en cuenta que fue escrito en 1846.
Sus características principales son una notable economía de medios y recursos, la habitual concisión del autor y una perfecta estructura, que atrapa inevitablemente al lector.
Intuyo que este relato fue para Poe, en una etapa especialmente difícil de su vida, una catarsis.
Seguramente no es casualidad que lo escribiera en primera persona: no podía tomarse venganza contra lo injustamente que le había tratado la vida sino en la ficción, en el papel; y afortunadamente para sus lectores, a ello se puso.
Tras el relato, en la versión que hizo nada menos que Julio Cortázar, incluimos la adaptación en cómic de Archie Goodwin, ilustrada por Reed Crandall.
Por cierto, en esta versión Goodwin plasma un final que nada tiene que ver con el del texto original y que, con seguridad, habría desatado la ira o, al menos, la ácida crítica de Poe. Creo que con toda la razón, porque introduce un tono moralista (el vengador es castigado) que nada tiene que ver con la obra original y la intención del autor.
De cualquier forma es un ejemplo de los distintos lenguajes que puede adoptar una obra literaria.
Disfruten.


El barril de amontillado, de Edgar Allan Poe

Lo mejor que pude había soportado las mil injurias de Fortunato. Pero cuando llegó el insulto, juré vengarme.

domingo, 7 de septiembre de 2014

35 magníficos cuentos para un día gris

elrinconcitodebrenda.blogspot.com

Igual que pasa con las frutas, hay cuentos de todos los colores, sabores, tamaños y texturas.
Los temas que tratan son también innumerables, y no es objetivo de este blog realizar una clasificación.
Lo mismo se puede decir de los estilos que los escritores utilizaron: para hacer un cuento vale prácticamente todo.
A continuación puedes encontrar 35 relatos, algunos de ellos magníficos. Comencemos por los más cortos, para abrir boca...


El eclipse
Augusto Monterroso

Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.
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