martes, 29 de julio de 2014

El desalojo, de Antonio Ballesteros

Tras un tiempo sin utilizar el blog, vuelvo a él para compartir un relato que hace pocos meses me premiaron en el Concurso de relato corto "Cuentos de Las Cuatro Calles", que convoca anualmente la Asociación Iniciativa Ciudadana del Toledo Histórico; su enlace en Facebook lo adjunto más abajo.

Espero que les guste y, sobre todo, que la temática del relato pase de moda cuanto antes...



El desalojo, de Antonio Ballesteros


Los vecinos, curiosos e indignados, contemplan en corrillos y a prudencial distancia la escena. El sol que preside un cielo azul y despejado calienta las fachadas de las viviendas de la Cornisa toledana. El funcionario judicial, flanqueado por dos colegas y una pareja de policías, lee con tono monótono y sin levantar la vista la providencia de desalojo dictada por el Juez Lerín, por la que una vecina, doña Adela, debe abandonar su casa de toda la vida...
La mujer es fiadora solidaria del unifamiliar que sus nietos compraron en mala hora y que, finalmente, al quedarse ambos sin empleo, no pudieron pagar… Apenas el camarógrafo de un canal local y dos periodistas registran la escena: a esas alturas, un desalojo más, de tantos como se producen cotidianamente, ha dejado de ser noticia.
El funcionario lee con rapidez porque teme que, como en tantos otros casos, por los ojos de aquella octogenaria comience en cualquier momento a manar un irrefrenable manantial de lágrimas y prorrumpa en el quejumbroso llanto con que algunos desalojados expresan su impotencia y su rabia.
En esos casos es habitual que los vecinos se opongan y se produzcan escenas de violencia en las que deben intervenir las fuerzas de seguridad. Por eso, apenas a una manzana, una dotación de geos se mantiene silenciosa pero ostensible, por si se requiere su intervención.
Por más que en los últimos tiempos afronte esta situación con frecuencia, el hombre no se termina de acostumbrar. Pero… ¿qué puede hacer sino cumplir su trabajo?

No se borra de su retina la imagen de la mujer que frente a él se arrojó con sus dos pequeños hijos desde una quinta planta, en similares circunstancias. Ni los encadenamientos que los activistas de la Plataforma antiDesalojo llevaron a cabo en varias ocasiones.
Es delicado expulsar a una señora tan mayor, piensa el funcionario. 

Sabe además que a muchos de los congregados les indignó especialmente que la providencia vaya firmada por el juez Leire, vecino de puerta de doña Adela. La vivienda de ella es de una sola planta y apenas ocupa sesenta metros cuadrados. La del juez, que tiene en la fachada un arco plateresco de granito anclado sobre dos cariátides esculpidas en el mismo material, se eleva otras dos plantas: una porción de la segunda y tercera de ellas ocupan la parte superior de la vivienda de doña Adela. Francamente delicado es el caso…
Pese a todo, el rostro apergaminado de doña Adela no denota en absoluto congoja. Si acaso, una pizca de impaciencia por acortar el trámite. En el umbral de su vivienda espera inmóvil y con los brazos en jarras que el funcionario termine su parlamento, y luego, esbozando una sonrisa amable y nada desconsolada, dice:
―Muy bien, señor. Si le entendí bien, debo recoger mis cosas y marcharme de inmediato. Así lo haré, no se preocupe. Solo le pido cinco minutos para que, entre mis amigos y yo, saquemos todo para afuera.
A continuación da un paso atrás y, sin tiempo a que nadie se lo impida, cierra la puerta con suavidad.
Aunque la mayoría de los reunidos en los alrededores muestran rostros serios y contrariados, en unos cuantos se advierte  una actitud expectante, casi de regocijo. Son los ancianos del hotel-residencia de mayores de la esquina contigua a la vivienda de doña Adela. El hotel, de elevadas tarifas, lo habita gente acomodada. No cesan de murmurar y de darse codazos unos a otros, y en el colmo del desvarío de vez en cuando algunos de ellos se vuelven como para, de forma incompresible, reírse a carcajadas… ¿Será la suya una impúdica forma de desfachatez ante la desgracia ajena?
Sin embargo, un espectador avisado habría advertido que faltan dos de sus más significativos compañeros, ambos ingenieros: uno es don Fabián, que hizo su carrera profesional nada menos que en la NASA estadounidense; el otro es don Evaristo, un comandante retirado del cuerpo de ingenieros zapadores del Ejército español que, pese a tener lista para edificar una parcela de tres mil metros en Ajofrín, no soporta la soledad y decidió alojarse en el hotel-residencia para gozar la compañía de sus pares de edad…
Entretanto, mientras espera que la puerta de la vivienda se abra de nuevo, y dando gracias porque todo se desarrolle con tan desacostumbrada tranquilidad, el funcionario repara en lo que, antes de salir del Juzgado, le comentó el juez Lerín: de la parte inferior de la fachada de la vivienda de doña Adela surgen cientos de cintas que terminan en una especie de bolsas informes que reposan en el suelo. Quizá se trate de una nueva forma de protesta de los dichosos activistas antidesalojo, pero como no van acompañadas de pancartas o letreros, se le escapa su objetivo publicitario.
También observa el rectángulo casi perfecto de una especie de masilla que circunda la fachada, y los orificios a los que se refirió el juez en su comentario matinal: en el lateral de la vivienda, cada medio metro se aprecian pequeños huecos rectangulares, como si fueran respiraderos… ¿Para qué?
El juez comentó que a punto estuvo de presentar una denuncia porque en la última semana no cesaron de producirse ruidos de taladros y martillazos, incluso hasta altas horas de la noche, como si en la vivienda de la octogenaria se realizase una obra de enjundia para la que, con toda seguridad, no tenía licencia. Y, en cualquier caso, ¿para qué ―se preguntaba de nuevo el juez― una obra, si doña Adela tiene los días contados en aquella vivienda?
El juez afirmaba que si no materializó finalmente la denuncia fue por no caldear más el ambiente, sobre todo una vez que se supo que era él, el propio vecino de doña Adela, quien rubricó la orden de desalojo. No obstante, y aunque no dijo nada al respecto, el funcionario judicial malició que al juez y a su señora les favorecía que doña Adela se marchase, ya que eso les vendría de perlas para habilitar allí el garaje de la que su señorial casa carecía.

Según la esposa del juez ―que en la última semana, extrañada por los incesantes ruidos y por el trasiego constante de los ancianos de la residencia hacia la vivienda, y de los obreros chinos de una conocida empresa de reformas, había pasado mucho tiempo asomada al balcón―, unos días antes un camión descargó una cantidad considerable  de barras de hierro, y había visto entrar un aparato que se le figuró un grupo autógeno de soldadura y algo que se parecía a un gran motor… Todo incomprensible y sin sentido, al menos para ella y para el juez…

Los funcionarios comienzan a impacientarse, porque han pasado con creces los cinco minutos de cortesía que la anciana pidió y la puerta continúa cerrada. Uno de ellos golpea el llamador de la recia puerta de madera, pero nadie responde…
―Lo que faltaba ―dice el funcionario judicial a sus acompañantes―, creo que la mujer se atrincheró en la casa y habrá que sacarla a la fuerza...
Y entonces adquieren sentido para él los comentarios del juez: utilizarán los hierros para trancar la puerta, e incluso habrán de intervenir los bomberos, piensa aterrado… Su gozo en un pozo, lo que trascurría con tan plácida normalidad puede convertirse en un circo mediático…

Sin embargo, deja de pensar en eso cuando advierte que bajo sus pies el suelo comienza a temblar levemente, y que desde la vivienda de doña Adela surgen estentóreos y poderosos los primeros acordes del “Rock de la cárcel” interpretado por Elvis…
―¿Qué pasa ahora? ―pregunta uno de los policías, al tiempo que mira extrañado alrededor.

Nada sucede durante unos segundos, pero a continuación el otro policía tira de ellos y grita alarmado que se retiren, porque aprecia que el portón se mueve hacia ellos… En efecto, contra toda lógica, la fachada de la vivienda de doña Adela sobresale unos centímetros y avanza muy lentamente pero cada vez con más velocidad…
Al tiempo, los cientos de bolsas que aparecían caídas en el suelo comienzan a inflarse con inusitada rapidez.
¿Es magia lo que sucede?
Mientras uno de los policías, estupefacto y sin saber cómo actuar, transmite por teléfono las extrañas novedades a sus jefes, el camarógrafo comienza a filmar y el funcionario judicial llama al juez Lerín. El silencio en los corrillos es total porque todos contemplan boquiabiertos el fenómeno.

Muy poco después, la vivienda de doña Adela sobresale dos metros de su posición original y ya muestra su interior: se la ve convertida en una especie de jaula que conserva el piso original, así como los tabiques interiores y la fachada, pero deja atrás el muro lateral, que continúa inmóvil. Doña Adela aparece amarrada a una de las barras de hierro que forman la peculiar jaula, y muy cerca de ella, también sujeto con cinchas a los hierros, está don Evaristo. A quien no se ve es a don Fabián…

Un vecino es el primero que advierte que el piso de la vivienda viene soportado en barras de hierro similares a las de los laterales, y que bajo ellas hay fijadas ruedas que permiten avanzar a la estructura.
El ruido es cada vez más ensordecedor y ahora el temblor del suelo es más que preocupante. Simultáneamente, las bolsas aumentan de tamaño y, llenas por lo que parece ser un gas sumamente ligero, se alzan a distintas alturas hacia el cielo…
Cinco minutos después, ya totalmente fuera de su planta, la vivienda-jaula se inclina hacia atrás hasta quedar totalmente vertical. Cuelga bamboleante a escasos centímetros del suelo, pues los cientos de globos de la fachada, algunos verdaderamente gigantescos, ya se inflaron del todo y la elevan…
Es entonces cuando en los laterales y en la parte trasera comienzan también a inflarse los centenares de bolsas que de ellos cuelgan.

De la vivienda ―convertida en una perfecta y gigantesca jaula― caen cada poco grandes y alargadas garrafas del gas que, como todo parece indicar, está siendo trasvasado a las bolsas. Uno de los geos se acerca con precaución a una de ellas y constata que se trata de gas helio…
Poco a poco, según se inflan el resto de los globos, la vivienda se equilibra y asciende varios metros más. Desde su parte trasera saluda don Fabián, el ingeniero retirado de la NASA, que parece manejar una especie de timón.
El jefe de los geos sugiere al secretario del juzgado disparar sobre los globos para detener el ascenso, pero el funcionario se niega a pronunciarse sobre el asunto, él cumplió su trabajo, no quiere que lo embromen más…
Aunque muchos vecinos saludan, los jubilados del hotel-residencia son, a esa hora, los más bullangueros: vitorean y dan ánimos a los aeronautas, que ya se elevan más de veinte metros.
El juez Lerín acaba de llegar y no da crédito a sus ojos. La vivienda de su vecina ha desaparecido y en su lugar hay un oscuro hueco; por unos instantes recrea el magnífico tamaño que tendrá su futuro garaje, pero no puede detenerse en la reflexión porque su esposa grita histéricamente desde un balcón, y luego desaparece para bajar a su encuentro…










Eso, afortunadamente, evita una desgracia mayor: en cuanto ella aparece en la calle, la segunda y tercera planta de la casa, que habían quedado soportadas por el muro lateral y los livianos puntales que don Evaristo fue situando tras de sí según avanzaba la vivienda de doña Adela, comienzan a combarse de forma fatal hasta que finalmente se derrumban, arrastrando tras sí al resto de la casa. Mientras tanto, el extraño artefacto con forma de jaula en que se ha convertido la vivienda ya se eleva majestuoso sobre el celeste y despejado cielo.


Ha sobrepasado el río e, impulsado por el moderado viento norte que sopla, sobrepasa la Piedra del Rey Moro y desaparece tras ella.

Una improvisada caravana se forma para seguir a la peculiar aeronave, pero como han de llegar hasta el Puente de Alcántara, no la avistan de nuevo hasta más allá del Hospital de las Islas.

Minutos después la vivienda-jaula desciende y, dirigida por don Fabián, aterriza con suavidad sobre la parcela deshabitada de don Evaristo, en Ajofrín.

Cuando periodistas y policías llegan hasta ella, los tres octogenarios han salido ya al exterior. 
Brindan sonrientes con el vino de una botella que acaban de descorchar, acompañado por los buñuelos de viento que doña Adela preparó para la ocasión, y por lo que parece hacen planes para edificar en la parcela un coqueto hotel-residencia de ancianos…






Este es el enlace de Iniciativa Ciudadana del Toledo Histórico:



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