Espero que les guste y, sobre todo, que la temática del relato pase de moda cuanto antes...
El desalojo, de Antonio Ballesteros
Los vecinos, curiosos e indignados, contemplan en corrillos y a prudencial distancia la escena. El sol que preside un cielo azul y despejado calienta las fachadas de las viviendas de la Cornisa toledana. El funcionario judicial, flanqueado por dos colegas y una pareja de policías, lee con tono monótono y sin levantar la vista la providencia de desalojo dictada por el Juez Lerín, por la que una vecina, doña Adela, debe abandonar su casa de toda la vida...
El funcionario lee con rapidez porque
teme que, como en tantos otros casos, por los ojos de aquella octogenaria comience
en cualquier momento a manar un irrefrenable manantial de lágrimas y prorrumpa
en el quejumbroso llanto con que algunos desalojados expresan su impotencia y
su rabia.
Por más que en los
últimos tiempos afronte esta situación con frecuencia, el hombre no se termina
de acostumbrar. Pero… ¿qué puede hacer sino cumplir su trabajo?
No se borra de su
retina la imagen de la mujer que frente a él se arrojó con sus dos pequeños
hijos desde una quinta planta, en similares circunstancias. Ni los
encadenamientos que los activistas de la Plataforma antiDesalojo llevaron a
cabo en varias ocasiones.
Es delicado expulsar a
una señora tan mayor, piensa el funcionario.
Pese a todo, el rostro
apergaminado de doña Adela no denota en absoluto congoja. Si acaso, una pizca
de impaciencia por acortar el trámite. En el umbral de su vivienda espera inmóvil
y con los brazos en jarras que el funcionario termine su parlamento, y luego,
esbozando una sonrisa amable y nada desconsolada, dice:
―Muy bien, señor. Si le
entendí bien, debo recoger mis cosas y marcharme de inmediato. Así lo haré, no
se preocupe. Solo le pido cinco minutos para que, entre mis amigos y yo,
saquemos todo para afuera.
A continuación da un
paso atrás y, sin tiempo a que nadie se lo impida, cierra la puerta con
suavidad.
Aunque la mayoría de
los reunidos en los alrededores muestran rostros serios y contrariados, en unos
cuantos se advierte una actitud expectante, casi de regocijo. Son
los ancianos del hotel-residencia de mayores de la esquina contigua a la
vivienda de doña Adela. El hotel, de elevadas tarifas, lo habita gente
acomodada. No cesan de murmurar y de darse codazos unos a otros, y en el colmo del
desvarío de vez en cuando algunos de ellos se vuelven como para, de forma
incompresible, reírse a carcajadas… ¿Será la suya una impúdica forma de desfachatez ante la desgracia ajena?
Sin embargo, un
espectador avisado habría advertido que faltan dos de sus más significativos
compañeros, ambos ingenieros: uno es don Fabián, que hizo su carrera
profesional nada menos que en la NASA estadounidense; el otro es don Evaristo,
un comandante retirado del cuerpo de ingenieros zapadores del Ejército español
que, pese a tener lista para edificar una parcela de tres mil metros en Ajofrín, no soporta la soledad y decidió alojarse en el hotel-residencia para
gozar la compañía de sus pares de edad…
Entretanto, mientras
espera que la puerta de la vivienda se abra de nuevo, y dando gracias porque todo
se desarrolle con tan desacostumbrada tranquilidad, el funcionario repara en lo
que, antes de salir del Juzgado, le comentó el juez Lerín: de la parte inferior
de la fachada de la vivienda de doña Adela surgen cientos de cintas que terminan
en una especie de bolsas informes que reposan en el suelo. Quizá se trate de
una nueva forma de protesta de los dichosos activistas antidesalojo, pero como no van acompañadas
de pancartas o letreros, se le escapa su objetivo publicitario.
También observa el
rectángulo casi perfecto de una especie de masilla que circunda la fachada, y los
orificios a los que se refirió el juez en su comentario matinal: en el lateral de
la vivienda, cada medio metro se aprecian pequeños huecos rectangulares, como si
fueran respiraderos… ¿Para qué?

El juez comentó que a punto estuvo de presentar
una denuncia porque en la última semana no cesaron de producirse ruidos de
taladros y martillazos, incluso hasta altas horas de la noche, como si en la
vivienda de la octogenaria se realizase una obra de enjundia para la que, con
toda seguridad, no tenía licencia. Y, en cualquier caso, ¿para qué ―se
preguntaba de nuevo el juez― una obra, si doña Adela tiene los días contados en
aquella vivienda?
El juez afirmaba que si
no materializó finalmente la denuncia fue por no caldear más el ambiente, sobre
todo una vez que se supo que era él, el propio vecino de doña Adela, quien
rubricó la orden de desalojo. No obstante, y aunque no dijo nada al respecto, el
funcionario judicial malició que al juez y a su señora les favorecía que doña
Adela se marchase, ya que eso les vendría de perlas para habilitar allí el
garaje de la que su señorial casa carecía.
Según la esposa del
juez ―que en la última semana, extrañada por los incesantes ruidos y por el
trasiego constante de los ancianos de la residencia hacia la vivienda, y de los obreros chinos de
una conocida empresa de reformas, había pasado mucho tiempo asomada al balcón―,
unos días antes un camión descargó una cantidad considerable de barras de hierro, y había visto entrar un
aparato que se le figuró un grupo autógeno de soldadura y algo que se parecía a
un gran motor… Todo incomprensible y sin sentido, al menos para ella y para el juez…
Los funcionarios
comienzan a impacientarse, porque han pasado con creces los cinco minutos de cortesía que
la anciana pidió y la puerta continúa cerrada. Uno de ellos golpea el llamador
de la recia puerta de madera, pero nadie responde…
―Lo que faltaba ―dice
el funcionario judicial a sus acompañantes―, creo que la mujer se atrincheró en
la casa y habrá que sacarla a la fuerza...
Sin embargo, deja de
pensar en eso cuando advierte que bajo sus pies el suelo comienza a temblar
levemente, y que desde la vivienda de doña Adela surgen estentóreos y poderosos
los primeros acordes del “Rock de la cárcel” interpretado por Elvis…
―¿Qué pasa ahora?
―pregunta uno de los policías, al tiempo que mira extrañado alrededor.
Nada sucede durante
unos segundos, pero a continuación el otro policía tira de ellos y grita
alarmado que se retiren, porque aprecia que el portón se mueve hacia ellos… En
efecto, contra toda lógica, la fachada de la vivienda de doña Adela sobresale
unos centímetros y avanza muy lentamente pero cada vez con más velocidad…
Al tiempo, los cientos de bolsas que aparecían caídas en el suelo comienzan a inflarse con inusitada rapidez.
¿Es magia lo que sucede?
Al tiempo, los cientos de bolsas que aparecían caídas en el suelo comienzan a inflarse con inusitada rapidez.
¿Es magia lo que sucede?
Mientras uno de los
policías, estupefacto y sin saber cómo actuar, transmite por teléfono las
extrañas novedades a sus jefes, el camarógrafo comienza a filmar y el
funcionario judicial llama al juez Lerín. El silencio en los corrillos es total
porque todos contemplan boquiabiertos el fenómeno.
Muy poco después, la
vivienda de doña Adela sobresale dos metros de su posición original y ya muestra su interior: se la ve convertida en una especie de jaula que conserva el
piso original, así como los tabiques interiores y la fachada, pero deja atrás
el muro lateral, que continúa inmóvil. Doña Adela aparece amarrada a una de las
barras de hierro que forman la peculiar jaula, y muy cerca de ella, también
sujeto con cinchas a los hierros, está don Evaristo. A quien no se ve es a don Fabián…
Un vecino es el primero
que advierte que el piso de la vivienda viene soportado en barras de hierro
similares a las de los laterales, y que bajo ellas hay fijadas ruedas que
permiten avanzar a la estructura.
El ruido es cada vez
más ensordecedor y ahora el temblor del suelo es más que preocupante.
Simultáneamente, las bolsas aumentan de tamaño y, llenas por lo que parece ser
un gas sumamente ligero, se alzan a distintas alturas hacia el cielo…
Cinco minutos después, ya
totalmente fuera de su planta, la vivienda-jaula se inclina hacia atrás hasta quedar
totalmente vertical. Cuelga bamboleante a escasos centímetros del suelo, pues
los cientos de globos de la fachada, algunos verdaderamente gigantescos, ya se inflaron
del todo y la elevan…
Es entonces cuando en
los laterales y en la parte trasera comienzan también a inflarse los centenares
de bolsas que de ellos cuelgan.
De la vivienda ―convertida en una perfecta y
gigantesca jaula― caen cada poco grandes y alargadas garrafas del gas que, como
todo parece indicar, está siendo trasvasado a las bolsas. Uno de los geos se acerca con precaución a una de ellas y constata
que se trata de gas helio…
Poco a poco, según se inflan
el resto de los globos, la vivienda se equilibra y asciende varios metros más. Desde
su parte trasera saluda don Fabián, el ingeniero retirado de la NASA, que
parece manejar una especie de timón.
El jefe de los geos sugiere al secretario del juzgado
disparar sobre los globos para detener el ascenso, pero el funcionario se niega
a pronunciarse sobre el asunto, él cumplió su trabajo, no quiere que lo embromen más…
Aunque muchos vecinos saludan, los jubilados del
hotel-residencia son, a esa hora, los más bullangueros: vitorean y dan ánimos a los aeronautas, que ya se elevan más de veinte metros.
El juez Lerín acaba de llegar y no da crédito a sus ojos. La vivienda de su vecina ha desaparecido y en su lugar hay un oscuro hueco; por unos instantes recrea el magnífico tamaño que tendrá su futuro garaje, pero no puede detenerse en la reflexión porque su esposa grita histéricamente desde un balcón, y luego desaparece para bajar a su encuentro…
El juez Lerín acaba de llegar y no da crédito a sus ojos. La vivienda de su vecina ha desaparecido y en su lugar hay un oscuro hueco; por unos instantes recrea el magnífico tamaño que tendrá su futuro garaje, pero no puede detenerse en la reflexión porque su esposa grita histéricamente desde un balcón, y luego desaparece para bajar a su encuentro…
Eso, afortunadamente, evita una desgracia mayor: en cuanto ella aparece en la calle, la segunda y tercera planta de la casa, que habían quedado soportadas por el muro lateral y los livianos puntales que don Evaristo fue situando tras de sí según avanzaba la vivienda de doña Adela, comienzan a combarse de forma fatal hasta que finalmente se derrumban, arrastrando tras sí al resto de la casa. Mientras tanto, el extraño artefacto con forma de jaula en que se ha convertido la vivienda ya se eleva majestuoso sobre el celeste y despejado cielo.
Ha
sobrepasado el río e, impulsado por el moderado viento norte que sopla,
sobrepasa la Piedra del Rey Moro y desaparece tras ella.
Una improvisada
caravana se forma para seguir a la peculiar aeronave, pero como han de llegar hasta el Puente de Alcántara, no la avistan de
nuevo hasta más allá del Hospital de las Islas.
Minutos después la vivienda-jaula desciende y, dirigida por don Fabián, aterriza con suavidad sobre la parcela deshabitada de don Evaristo, en Ajofrín.
Minutos después la vivienda-jaula desciende y, dirigida por don Fabián, aterriza con suavidad sobre la parcela deshabitada de don Evaristo, en Ajofrín.
Cuando periodistas y
policías llegan hasta ella, los tres octogenarios han salido ya al exterior.
Brindan
sonrientes con el vino de una botella que acaban de descorchar, acompañado por
los buñuelos de viento que doña Adela preparó para la ocasión, y por lo que
parece hacen planes para edificar en la parcela un coqueto hotel-residencia de
ancianos…
Este es el enlace de Iniciativa Ciudadana del Toledo Histórico:
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