jueves, 11 de diciembre de 2014

El diente roto, de Pedro Emilio Coll

El escritor Pedro Emilio Coll (1872-1947), padre del modernismo venezolano, tuvo la suerte de que Marcolina, su vieja aya, mientras le criaba le llenó la cabeza de historias y cuentos infantiles. Con ese bagaje y siendo su padre impresor, parecía predestinado a la Literatura.

El diente roto, un cuento muy breve, reseña la historia de un niño revoltoso que sufre un accidente. Desde entonces no vuelve a abrir la boca, lo que es interpretado por sus convecinos como una señal de suprema sabiduría.

La fábula fue refinada y mejorada por Jerzy Kosinski en “Being There”, traducido como Desde el Jardín (una de las novelas que no se pueden dejar de leer). Hal Ashby realizó su adaptación cinematográfica (que en España se distribuyó como Bienvenido, Mr Chance), con Peter Sellers 
en lo que fue su último trabajo dando vida al bobo prodigioso.
Pedro Emilio Coll, periodista, ensayista y diplomático,
que entre 1895 y 1907 fue colaborador de la revista
El Cojo ilustrado 

El diente roto, de Pedro Emilio Coll

A los doce años, combatiendo Juan Peña con unos granujas recibió un guijarro sobre un diente; la sangre corrió lavándole el sucio de la cara, y el diente se partió en forma de sierra. Desde ese día principia la edad de oro de Juan Peña.


Con la punta de la lengua, Juan tentaba sin cesar el diente roto; el cuerpo inmóvil, vaga la mirada sin pensar. Así, de alborotador y pendenciero, tornóse en callado y tranquilo.

Los padres de Juan, hartos de escuchar quejas de los vecinos y transeúntes víctimas de las perversidades del chico, y que habían agotado toda clase de reprimendas y castigos, estaban ahora estupefactos y angustiados con la súbita transformación de Juan.
Juan no chistaba y permanecía horas enteras en actitud hierática, como en éxtasis; mientras, allá adentro, en la oscuridad de la boca cerrada, la lengua acariciaba el diente roto sin pensar.
―El niño no está bien, Pablo ―decía la madre al marido―, hay que llamar al médico.

Llegó el doctor y procedió al diagnóstico: buen pulso, mofletes sanguíneos, excelente apetito, ningún síntoma de enfermedad.
―Señora ―terminó por decir el sabio después de un largo examen― la santidad de mi profesión me impone el deber de declarar a usted...
―¿Qué, señor doctor de mi alma? ―interrumpió la angustiada madre.
―Que su hijo está mejor que una manzana. Lo que sí es indiscutible ―continuó con voz misteriosa― es que estamos en presencia de un caso fenomenal: su hijo de usted, mi estimable señora, sufre de lo que hoy llamamos el mal de pensar; en una palabra, su hijo es un filósofo precoz, un genio tal vez.

En la oscuridad de la boca, Juan acariciaba su diente roto sin pensar.


Parientes y amigos se hicieron eco de la opinión del doctor, acogida con júbilo indecible por los padres de Juan. Pronto en el pueblo todo se citó el caso admirable del "niño prodigio", y su fama se aumentó como una bomba de papel hinchada de humo. Hasta el maestro de la escuela, que lo había tenido por la más lerda cabeza del orbe, se sometió a la opinión general, por aquello de que voz del pueblo es voz del cielo. Quien más quien menos, cada cual traía a colación un ejemplo: Demóstenes comía arena, Shakespeare era un pilluelo desarrapado, Edison... etcétera.

Peter Sellers, que en su tumba mandó
grabar "La vida es un estado mental":
las últimas palabras de
Bienvenido, Mr Chance

Creció Juan Peña en medio de libros abiertos ante sus ojos, pero que no leía, distraído con su lengua ocupada en tocar la pequeña sierra del diente roto, sin pensar.

Y con su cuerpo crecía su reputación de hombre juicioso, sabio y "profundo", y nadie se cansaba de alabar el talento maravilloso de Juan. En plena juventud, las más hermosas mujeres trataban de seducir y conquistar aquel espíritu superior, entregado a hondas meditaciones, para los demás, pero que en la oscuridad de su boca tentaba el diente roto, sin pensar.

Pasaron los años, y Juan Peña fue diputado, académico, ministro y estaba a punto de ser coronado Presidente de la República, cuando la apoplejía lo sorprendió acariciándose su diente roto con la punta de la lengua.

Y doblaron las campanas y fue decretado un riguroso duelo nacional; un orador lloró en una fúnebre oración a nombre de la patria, y cayeron rosas y lágrimas sobre la tumba del grande hombre que no había tenido tiempo de pensar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...