martes, 14 de octubre de 2014

No hay camino al paraíso, de Charles Bukowski


Hoy traigo una de mis debilidades: Bukowski (1920 - 1994).
En estado puro y muy divertido (además de directo, misógino, misántropo, procaz y desinhibido, que por eso es quien es y hasta dicen que hizo "realismo sucio").
Bukowski un  tipo muy mal considerado en ciertos ámbitos vivió tan fascinado por su propia y azarosa vida que la convirtió en Literatura.
No hay camino al paraíso apareció en el volumen "Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones e historias generales de locura ordinaria" (1972).
Tras el cuento, de propina, unas cuantas frases del autor que definen mejor que cualquier sesudo y tedioso ensayo quién era y cómo las gastaba el buen señor, y algunos dibujos suyos que aparecieron tras su muerte. Adelantamos una de las frases:
"Francamente, estaba horrorizado con la vida, con lo que un hombre tenía que hacer simplemente para comer, dormir y mantenerse vestido. Entonces me quedaba en la cama y bebía. Cuando bebía el mundo aún estaba allí afuera, pero por el momento no me tenía agarrado del cuello".

No hay camino al paraíso, de Charles Bukowski

Yo estaba sentado en un bar de la avenida Western. Era alrededor de medianoche y me encontraba en mi habitual estado de confusión. Quiero decir, bueno, ya sabes, nada funciona bien: las mujeres, el trabajo, el ocio, el tiempo, los perros... Finalmente solo puedes ir y sentarte atontado, totalmente noqueado, y esperar; como si estuvieses en una parada de autobús aguardando la muerte.

Bueno, pues yo estaba allí sentado y aquí entra una con el pelo largo y moreno, un bello cuerpo y tristes ojos marrones. Yo no di la vuelta para mirarla, seguí con mi vaso. La ignoré incluso cuando vino y se sentó a mi lado a pesar de que todos los demás asientos estaban vacíos. De hecho, éramos las únicas personas que había en el bar sin contar al encargado. Pidió un vino seco. Entonces me preguntó lo que estaba bebiendo.
―Escocés con agua ―contesté.
―Y sírvale al señor un escocés con agua ―le dijo al cantinero.

Bueno, esto no era muy normal.
Abrió su bolso, cogió una pequeña jaula, sacó de ella unos hombrecitos y los puso sobre la barra. Tenían alrededor de diez centímetros de altura, estaban apropiadamente vestidos y parecían tener vida. Eran cuatro: dos mujeres y dos hombres.

Muñecos de la empresa japonesa Clone Factory,
que fabrica muñecos con rostros humanos
tomados a partir del scan en 3D de la cara de la persona
―Ahora los hacen así ―dijo ella―. Son muy caros. Me costaron cerca de 2.000 dólares cada uno cuando los compré. Ahora ya valen cerca de 2.400. No conozco el proceso de fabricación pero probablemente sea ilegal.
Estaban paseando sobre la barra. De repente, uno de los hombrecitos abofeteó a una de las pequeñas mujeres.
―¡Tú, perra! ―dijo―. No quiero saber nada más de ti.
―¡No, George, no puedes hacerme esto! ―gritaba ella llorando―. ¡Yo te amo! ¡Me mataré! ¡Te necesito!
―No me importa ―dijo el hombrecito, y sacó un minúsculo cigarrillo, encendiéndolo con gesto altivo―. Tengo derecho a hacer lo que me dé la gana.
―Si tú no la quieres ―dijo el otro hombrecito―, yo me quedo con ella, la amo.
―Pero yo no te quiero a ti, Marty. Yo estoy enamorada de George.
―Pero él es un cabrón, Anna, un verdadero cabronazo.
―Lo sé, pero lo amo de todos modos.

Entonces el pequeño cabrón se fue hacia la otra mujercita y la besó.
―Creo que se me está formando un triángulo ―dijo la señorita que me había invitado al whisky―. Te los presentaré. Ese es Marty, y George, y Anna y Ruthie. George va de bajada, se lo hace bien. Marty es una especie de cabeza cuadrada.
―¿No es triste mirar todo esto? Eh... ¿cómo te llamas?
―Dawn. Un nombre horrible, pero eso es lo que a veces les hacen las madres a sus hijos.
―Yo soy Hank. ¿Pero no es triste...?
―No, no es triste mirar todo esto. Yo no he tenido mucha suerte con mis propios amores, una suerte horrible, a decir verdad.
―Todos tenemos una suerte horrible.

―Supongo que sí. De todos modos, me compré estos hombrecitos y ahora me entretengo mirándolos, es como no tener ninguno de los problemas, pero tenerlo todo presente. Lo malo es que me pongo terriblemente caliente cuando empiezan a hacer el amor. Es la parte más difícil para mí.
―¿Son sexys?
―¡Muy, muy sexys! ¡Dios, me ponen de verdad caliente!
―¿Por qué no los pones a que lo hagan? Quiero decir, ahora mismo. Podremos mirarlos juntos.
―Oh, no se pueden manejar, tienen que ponerse a hacerlo por su cuenta.
―¿Y lo hacen a menudo?
―Oh, son bastante buenos. Lo hacen cerca de cuatro o cinco veces por semana.



Mientras tanto, ellos paseaban por la barra.
―Escucha ―decía Marty―, dame una oportunidad. Sólo dame una oportunidad, Anna...
―No ―decía la pequeña Anna―, mi amor pertenece a George. No puede ser de otra manera.
George estaba besando a Ruthie, acariciando sus pechos. Ruthie estaba empezando a calentarse.
―Ruthie está empezando a calentarse ―le dije a Dawn.
―Sí que lo está. Está empezando de verdad.

Yo también me estaba excitando. Abracé a Dawn y la besé.
―Mira ―dijo ella―, no me gusta que hagan el amor en público. Me los voy a llevar a casa y que lo hagan allí.
―Pero entonces no podré verlo.
―Bueno, solo tienes que venir conmigo y podrás.
―De acuerdo ―dije―, vámonos.

Acabé mi bebida y salimos juntos. Ella llevaba a los hombrecitos metidos en la jaula. Subimos al coche y los pusimos entre nosotros en el asiento delantero. Miré a Dawn. Era realmente joven y bella. Parecía también inteligente. ¿Cómo podía haber fracasado con los hombres? Bueno, había tantos modos de fracasar unas relaciones... Los hombrecitos le habían costado 8.000 dólares. Todo eso solo para alejarse de las relaciones sexuales sin alejarse de ellas. Su casa estaba cerca de las colinas, un sitio agradable. Salimos del coche y fuimos hacia la puerta. Yo llevaba a la gentecilla en la jaula mientras Dawn abría la puerta.
―Estuve oyendo a Randy Newman la semana pasada en el Trovador. ¿Verdad que es grande? ―me preguntó.
―Sí que lo es ―contesté.

Entramos y Dawn abrió la jaula y los sacó y los puso sobre la mesita de café. Entonces se metió en la cocina y abrió el refrigerador y sacó una botella de vino. La trajo en compañía de dos copas.
―Perdona ―dijo―, pero pareces un poco chiflado. ¿En qué trabajas?
―Soy escritor.
―¿Y vas a escribir algo acerca de esto?
―Nunca se lo creerá nadie, pero lo escribiré.
―Mira ―dijo Dawn―, George le ha quitado las bragas a Ruthie. Le está metiendo el dedo. ¿Un poco de hielo?
―Sí, ya lo veo. No, no quiero hielo. El tipo va bien derecho.
―No sé ―dijo Dawn―, pero de verdad que me excita mirarlos. Quizás es porque son tan pequeños. Realmente me calientan.
―Entiendo lo que quieres decir.
―Mira, George la está tumbando, se lo va a hacer.
―Sí, allá van.
―¡Míralos!
―¡Dios o la puta!

Abracé a Dawn. Comenzamos a besarnos. Cuando parábamos, sus ojos pasaban de mirarme a mí a mirar a los hombrecitos fornicando, y luego volvía a mirarme de nuevo a los ojos. Yo seguía siempre su mirada.
El pequeño Marty y la pequeña Anna también estaban mirando.
―Mira ―decía Marty―, ellos lo están haciendo. Nosotros deberíamos hacerlo también. Incluso las personas grandes van a hacerlo. ¡Míralos!
―¿Oíste eso? ―le pregunté a Dawn―. Ellos dicen que vamos a hacerlo, ¿es verdad eso?
―Espero que sea verdad ―dijo Dawn.

La tumbé sobre el sofá y le subí la falda por encima de los muslos. La besé a lo largo del cuello.
―Te amo ―dije.
―¿De verdad? ¿De verdad?
―Sí, de alguna manera, sí...
―De acuerdo ―dijo la pequeña Anna al pequeño Marty―, podemos hacerlo nosotros también, pero que quede claro que yo no te quiero.

Se abrazaron en medio de la mesita de café. Yo le había quitado ya a Dawn las bragas. Dawn gemía. La pequeña Ruthie gemía. Marty se la metió por fin a la pequeña Anna. Estaba pasando en todas partes. Me pareció como si toda la gente del mundo estuviese haciéndolo. Entonces me olvidé de toda la otra gente del mundo. Nos fuimos al dormitorio y allí se la metí a Dawn en una larga y tranquila cabalgada...
Cuando ella salió del baño yo estaba leyendo una estúpida historia en el Playboy.
―Estuvo tan bien... ―dijo.
―Fue un placer ―contesté.

Se volvió a meter en la cama conmigo. Dejé la revista.
―¿Crees que nos lo podemos hacer juntos? ―me preguntó.
―¿Qué quieres decir?
―Quiero decir que si tú crees que podemos seguir así, juntos, durante algún tiempo.
―No sé. Las cosas ocurren. El principio siempre es lo más fácil.

Entonces escuchamos un grito proveniente de la salita. «Oh, oh», dijo Dawn. Se levantó y salió corriendo de la habitación. Yo la seguí.
Cuando llegué, ella estaba sosteniendo a George en sus manos.
―¡Oh, Dios mío!
―¿Qué ha pasado?
―Anna se lo hizo.
―¿Qué le hizo?
―¡Le cortó las pelotas! ¡George es un eunuco!
―¡Uau!
―¡Tráeme algo de papel higiénico, rápido! ¡Se está desangrando!
―Ese hijo de puta ―decía la pequeña Anna desde la mesita de café―, si yo no puedo tener a George, nadie lo tendrá.
―¡Ahora las dos me pertenecen! ―dijo Marty.
―Ah, no, tienes que elegir una de nosotras ―dijo Anna.
―¿A cuál prefieres? ―preguntó Ruthie.
―Yo las amo a las dos ―dijo Marty.
―Ha parado de sangrar ―dijo Dawn―, se está quedando frío.

Envolvió a George en un pañuelo y lo puso sobre el mantel.
―Quiero decir ―dijo Dawn― que si tú crees que lo nuestro no va a funcionar, no quiero seguir por más tiempo.
―Creo que te amo, Dawn ―dije.
―Mira ―dijo ella―. ¡Marty está abrazando a Ruthie!
―¿Crees que van a hacerlo?
―No sé. Parecen excitados.

Dawn cogió a Anna y la metió en la pequeña jaula.
―¡Déjenme salir! ¡Los mataré a los dos! ¡Déjenme salir! ―gritaba.

George gimió desde el interior del pañuelo sobre el mantel. Marty le había quitado las bragas a Ruthie. Yo me atraje a Dawn. Era joven, bella e inteligente. Podía volver a estar enamorado. Era posible. Nos besamos. Me sumergí en sus grandes ojos marrones. Entonces me levanté y eché a correr. Sabía dónde estaba. Una cucaracha y un águila hacían el amor. El tiempo era un bobo con un banjo. Seguía corriendo. Su larga cabellera me caía por la cara.
―¡Mataré a todo el mundo! ―gritaba la pequeña Anna. Se agitaba sacudiendo su jaula de alambre a las tres de la madrugada.

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Un ramillete de frases de don Carlos y algunos de sus dibujos fechados en 1974 que Bookstreet difundió por gentileza de ReadInk:

Un intelectual dice una cosa simple de un modo difícil. Un artista dice algo difícil de modo simple.

Alguna gente no enloquece nunca. Qué vida verdaderamente horrible deben de tener.

El hombre ha nacido para morir. ¿Qué quiere decir eso? Perder el tiempo y esperar. Esperar el colectivo. Esperar que canten los ratones. Esperar que a las serpientes les crezcan alas. Perder el tiempo.

Cuando el espíritu se desvanece aparece la forma.

La diferencia entre una democracia y una dictadura es que en una democracia primero votas y después recibes órdenes. En una dictadura no tienes que perder el tiempo votando.

Se empieza a salvar el mundo salvando a un hombre por vez; todo lo demás es romanticismo grandioso o política.

Por supuesto que es posible amar a un ser humano si no lo conoces demasiado.



El amor es una niebla que se quema con el primer sol de la realidad.

Se requiere de mucha desesperación, insatisfacción y desilusión para escribir unos pocos buenos poemas. No es para todo el mundo, ya sea para escribirlos o siquiera leerlos.

Yo no analizo jamás, me limito a reaccionar…  Yo ando con todos mis prejuicios. Jamás intento mejorarme o aprender algo. No soy uno que aprende, soy uno que evita.

Incluso en el hipódromo veo correr a los caballos y me parece que no tiene sentido.


Toquen el violín. Bailen la danza del vientre delante de velas rosas. Maten a su perro. Preséntense al Alcalde. Vivan en un barril. Pártanse la cabeza con un hacha. Planten tulipanes bajo la lluvia. Pero no escriban poesía.

Poco importa poco amor o poca vida, no es tan malo. Lo que cuenta es observar las paredes, yo nací para eso. Nací para robar rosas de las avenidas de la muerte.

Incluso las discusiones más inútiles siempre fueron algo espléndido, y esas difíciles palabras que siempre temí decir pueden decirse ahora: «Te amo».

«¿No le parecen repugnantes los borrachos?» «Sí, la mayoría lo son. Al igual que la mayoría de los abstemios».

El dinero es como el sexo, parece mucho más importante cuando no se tiene.

Era un cabrón sanguinario con un maravilloso sentido del humor. Se dio cuenta de que, básicamente, ninguna vida tenía valor excepto la suya.

Tal vez escribir sea una forma de quejarse. Solo que algunos se quejan mejor que otros.

«Marie: te amo; eres muy buena conmigo. Pero debo irme, no sé exactamente por qué; estoy loco, supongo. Adiós».



El dolor era para mí solo como la mala suerte: lo ignoraba.

Escribía: para salvarme el culo, para salvarme del manicomio, de las calles, de mí mismo. Una de mis antiguas novias me gritó: «¡Bebes para escapar de la realidad!» «Por supuesto, querida», le contesté. Yo tenía la botella y la máquina de escribir. Yo quería un pájaro en cada mano, a la mierda con los que estaban volando.

Pero, de algún modo, el repetir las viejas historias una y otra vez parece que las acerca a lo que uno cree que fueron.

No me parecía bien que se juzgara a un hombre desde fuera de ese modo. Yo preferiría mil veces juzgar a un hombre por la forma en que habla y actúa.

Era una especie de enfermedad triste, de tristeza enferma, en la que llega un momento en que ya no puedes sentirte peor. Creo que sabes lo que quiero decir. Creo que todo el mundo siente eso de vez en cuando. Pero yo lo he sentido muy a menudo, demasiado a menudo.



Si ocurre algo malo, bebes para olvidar, si ocurre algo bueno, bebes para celebrarlo, y si no pasa nada, bebes para que pase algo...

Me gustan las personas desesperadas, con mentes rotas y destinos rotos. Están llenos de sorpresas y explosiones...

El culo es la cara del alma del sexo.

Me echó una de esas miradas que se reservan para los idiotas de cuarta categoría.

Hicimos el amor. Hicimos el amor en medio de la tristeza.

Hubo un poco de música; la vida parecía entonces un poco más agradable, mejor.

¿Qué demonios saca un hombre de pensar?: solo problemas.

El alma libre es rara, pero la identificas fácilmente cuando la ves.

Tuve la sensación de que podía caer dentro de aquellos ojos.



Es increíble lo que un hombre tiene que llegar a hacer solo para poder comer, dormir y vestirse.

Eso era todo lo que un hombre necesitaba: esperanza. Era la falta de esperanza lo que hundía a un hombre.

La gente no necesita amor, lo que necesita es triunfar en una cosa o en otra. Puede ser en el amor, pero no es imprescindible.

A mí siempre me han puesto cachondo las resacas, no para besar ni chupar, sino para echar un polvo sin contemplaciones.

Hay en mí algo descontrolado, pienso demasiado en el sexo. Cuando veo una mujer me la imagino siempre en la cama conmigo. Es una manera interesante de matar el tiempo en los aeropuertos. Parece una historia sobre sexo y borracheras, cuando en realidad es un poema sobre el amor y el dolor.



Hicimos una parada para comprar licor, hielo y cigarrillos, luego regresamos al apartamento. Su única copa había puesto a Cecilia soltando risas y hablando sin parar. Ahora estaba explicándonos que los animales también tenían alma. Nadie se lo discutió. Era posible, lo sabíamos. De lo que no estábamos tan seguros era de si la teníamos nosotros.

Mientras los hombres veían el fútbol o bebían cerveza o jugaban a los bolos, ellas, las mujeres, pensaban en nosotros, concentrándose, estudiando, decidiendo si aceptarnos, descartarnos, cambiarnos, matarnos o simplemente abandonarnos. Al final no importaba, hicieran lo que hicieran, acabábamos locos y solos.

Estaba constantemente cachondo y me masturbaba continuamente. Le hacía el amor a Lydia y luego por la mañana volvía mi casa y me masturbaba. El pensamiento del sexo como algo prohibido me excitaba más allá de toda razón. Era como un animal aplastando a otro hasta la sumisión. Cuando me corría sentía como si fuera en la cara de todo lo decente, blanca esperma resbalando por las cabezas y almas de mis padres muertos. Si hubiera nacido mujer seguro que hubiera sido prostituta. Como había nacido hombre, anhelaba constantemente mujeres, cuanto más guarras mejor. Y sin embargo las mujeres, las buenas mujeres, me daban miedo porque a veces querían tu alma, y lo poco que quedaba de la mía quería conservarlo para mí.



Básicamente deseaba prostitutas porque eran duras, sin esperanzas, y no pedían nada personal. Nada se perdía cuando ellas se iban. Pero al mismo tiempo soñaba con una mujer buena y cariñosa, a pesar de lo que me pudiera costar. De cualquier manera estaba perdido. Un hombre fuerte pasaría de ambos tipos. Yo no era un hombre fuerte. Así que continuaba bregando con las mujeres, con la idea de las mujeres.

A mí cada vez que alguien me hablaba me entraban ganas de tirarme por la ventana o de escapar en el ascensor. La gente, simplemente, no me resultaba interesante. Quizá no tenía por qué serlo. Pero los animales, los pájaros, incluso los insectos lo eran. No podía entenderlo.


—¿Por qué no te buscas un trabajo decente?
— No hay ningún trabajo decente. Si un escritor abandona la creación, está muerto.
— ¡Oh, vamos, Carl! Hay millones de personas en el mundo que no trabajan en la creación. ¿Quieres decir que están muertas?
— Sí. 


Casi siempre lo mejor de la vida consiste en no hacer nada en absoluto, en pasar el tiempo reflexionando, rumiando todo ello. Quiero decir, pongamos que alguien comprende que todo es un absurdo, entonces no puede ser tan absurdo porque uno es consciente de que es un absurdo y la consciencia de ello es lo que le otorga sentido. ¿Me entienden? Es un pesimismo optimista.

Qué raro, ¿verdad?: que dos personas tan diferentes puedan hacerse tan felices.

¿Cómo diablos puede un ser humano disfrutar de que un reloj de alarma lo despierte a las 5:30 para brincar de la cama, sentarse en el excusado, bañarse y vestirse, comer a la fuerza, cepillarse los dientes y el cabello y encima luchar con el tráfico para llegar a un lugar donde usted, esencialmente, hace montañas de dinero para alguien que no es usted y, además, si le preguntan, debe mostrarse agradecido por tener la oportunidad de hacer eso?


A veces cuando todo parece ir de mal en peor, cuando todo conspira y corroe y las horas, días, semanas, años parecen desperdiciados, tendido sobre mi cama en la oscuridad mirando hacia el techo concibo lo que muchos considerarán un detestable pensamiento: aún es agradable ser Bukowski.

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