lunes, 24 de septiembre de 2012

Bienal de educación artística, Maldonado 2012

Esta semana nos acercamos Ale y yo a Maldonado para asistir a la 1ª Bienal de educación artística, que se celebró en ese lindo departamento del oriente uruguayo. Íbamos ilusionados porque el programa era espectacular en lo que se refiere a la cantidad y presunta calidad de las actuaciones, ponencias y presencias de artistas y docentes que expondrían sus trabajos, experiencias y puntos de vista.
La excursión me permitió visitar Piriápolis y Maldonado, y vivimos casi en primera línea de playa el temporal que medio paralizó el país durante unas horas. Eso fue el primer día de nuestra estancia, el miércoles, y la organización se vio obligada a cancelar las actividades vespertinas y concentrarnos en el Argentino, un hotel que don Francisco Piria construyó y puso en funcionamiento en la ciudad que lleva su nombre en 1930. Ya solo por recorrerlo mereció la pena el viaje.

De mañana habíamos asistido a una mesa redonda durante la que tuve la suerte de conocer, entre otros, a  Andrea Blanqué, Ignacio Martínez, Ignacio Fernández y Luis Pereira, a los que espero tener la oportunidad de tratar más despacio y en profundidad. Por la tarde se salvaron de la suspensión varias presentaciones y pudimos disfrutar de una excelente representación teatral de alumnos de la directora y dramaturga Mariana Percovich.
Cuando comenzó a anochecer continuaba el temporal, aunque llovía menos, y nos trasladaron en ómnibus a Maldonado, bajo la tutela de Sheila Bonino y Laura (a las que estaremos eternamente agradecidos por su amabilidad y buen hacer).
El jueves amaneció soleado y primaveral y dedicamos la mañana a desayunar y pasear: deambulamos perezosos por el centro de Maldonado y entramos a la catedral. En el cuartel de Dragones visitamos la exposición del Taller Aratiry (Ale está haciendo con ellas un curso de expresión artística) y luego dedicamos casi tres cuartos de hora a descifrar el programa vespertino, para decidir adónde íbamos, porque la información disponible estaba bastante entreverada.
Nos decidimos por asistir a una serie de ponencias en el 5º piso de la Intendencia de Maldonado. Allí comenzó nuestra desazón, y no por l@s ponentes sino porque las exposiciones comenzaron a las 15 horas, en vez de a las 14, como estaba anunciado. Es ese tipo de cosas que me siguen pareciendo incomprensibles:
con el platal que ha debido de costar la Bienal, a nadie se le ocurrió prever que para que las ponencias se oyeran era necesario conectar las computadoras de los ponentes al equipo amplificador: faltaba "el cablecito del sonido".
Así que cuando apareció el dichoso cable, los ponentes se vieron obligados a acortar el tiempo de sus exposiciones y apenas hubo lugar para debates ni preguntas. Claro, queda por reseñar un pequeño detalle: el único público asistente éramos Ale y yo, el resto eran ponentes.
Así que cuando Ale se fue para asistir, en el campus, al otro lado de la calle, a la ponencia del Taller Malvín, la masa de asistentes se redujo a la mitad y me quedé yo solo representando al respetable (público). Habría podido sentirme ufano e inmensamente agradecido por ser el privilegiado y único destinatario de los esfuerzos de los ponentes para exponer sus trabajos e ideas, pero afloró la empatía que a veces llevo en el morral y me puse a pensar en lo frustrante que debe de ser haber estado preparando durante horas el guión de la presentación, confeccionado el power-point de rigor o los videos correspondientes, etcétera y etcétera, para  una única persona (yo) que, eso sí, les presté toda mi atención y mi cariño.
Mi reconocimiento a Alejandra Guebenlián y su aproximación al stop-motion, a Rosana Malaneschii y sus ventanas urbanas para mirar poesía, a Natalia Rubinstein por su aproximación a los museos, a las chicas de FLADEM y a cuantos allá expusieron. Habría estado bueno que también hubiera habido docentes.
Lástima que nadie cayó en la cuenta, a la hora de organizar la Bienal, de que el docente uruguayo promedio trabaja en torno a las 60 horas semanales, sin contar desplazamientos, y que además tiene las preocupaciones y ocupaciones de cualquier mortal: familia, hijos, hipoteca y demás, y que, salvo las consabidas excepciones, cuando se le viene encima una semana de vacaciones lo que quiere es descansar y olvidarse de cualquier cosa que huela a Educación. Es comprensible.
Capaz que a la Bienal habría que darle otra orientación y cambiarle el formato, pero para eso hay gente muy preparada que lo considerará. Por mi parte, me vine agradecido porque el temporal se fuese con viento fresco a otra parte y por conocer a gente francamente interesante.
Gracias sobre todo a ellos, por ir a Maldonado a pesar de todo.

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