martes, 10 de noviembre de 2020

Carta al churry, el cortometraje

Emociona ver cómo uno de tus personajes, que hasta entonces solo vivía en tu imaginación, se encarna en letras y comienza a vivir en forma de relato:

La misma emoción aflora cuando ese relato se transforma en imágenes gracias al excepcional trabajo de una actriz, Karina Cano, que da vida, voz y movimiento a María...

Ya se puede ver en You Tube, con la banda sonora de Franny Glass:


Carta al churry.

Mil gracias a los que han colaborado en su realización, especialmente a Guillermo, Bruno, Nico, Alberto, Gonzalo, Claudia, Sebastián, Sandra... y cómo no, Karina:


También muchísimas gracias a quienes están colaborando en la ardua labor de las traducciones, como Zvezdelina, Insaf...

viernes, 17 de febrero de 2017

Dos Berenices, la de Caicedo y la de Poe

Andrés Caicedo (Cali, Colombia, 1951–1977) escribió que vivir más de 25 años era una insensatez: se suicidó con esa edad, poco después de recibir de una editorial la copia de un libro suyo recién editado.

Lo traemos hoy al blog para compartir uno de sus relatos, Berenice, inspirado en otro homónimo de Edgar Allan Poe que también transcribimos (en este caso, además, con el añadido de incluir cuatro párrafos que habitualmente no aparecen en las ediciones al uso, ya que tras su estreno Poe las eliminó -a regañadientes- por las quejas de varios mojigatos lectores a la editorial).


En la Berenice de Caicedo asistimos a una original orgía de voces narradoras en la que los tres obsesionados y juveniles protagonistas se confunden con la prostituta que da nombre al cuento.

Para conocer con más profundidad a Andrés Caicedo es muy recomendable zambullirse en varias páginas electrónicas, como el portal Poetas del fin del mundo, la del Banco República de Colombia o la de la editorial Words and Books, más concretamente en este enlace de YouTube, en el que a partir del minuto 5 y 55 segundos comienza una magnífica lectura de esta moderna Berenice.

Además, gracias a Lilia Ramírez, incluimos este enlace por el que se puede descargar en la página de Academia varios relatos más: 


Disfruten estos magníficos relatos en cualquiera de sus formas.



Berenice, de Andrés Caicedo
Aya-Lunar

Y te ibas a ir después de que Guillermo había vendido todos los objetos de plata que pudo encontrar en baúles, armarios y demás recovecos familiares. Después de que el tablero de la clase permanecía empapelado con las letras de tu nombre a dos colores, y los muchachos nos preguntaban qué quiere decir eso, ¿es el nombre de una hembra?

No, ¿cuál hembra?, respondíamos siempre, es solamente un juego. Te ibas a ir después de haber protagonizado el simple hecho de conocernos, después de haber juntado y exprimido nuestros cuerpos por quién sabe cuántas oportunidades y esperar a que llegara el otro día en el cual repasábamos todo lo anterior como si nunca hubiéramos estado contigo.
Esa era la verdad, amor: te olvidábamos. Y en esa verdad estribaba la razón de tu maravilla: no dejabas nada para recordar, no se podía.

lunes, 13 de febrero de 2017

En mi calle, por Piaf y Zaz



No hace falta escribir una novela para contar una vida.
Un ejemplo de ello es Dans ma rue (En mi calle), una canción que Edith Piaf estrenó en 1946, con 30 años. Es la vida de una jovencita parisina que no sabe ejercer la prostitución...
Intenté averiguar su autor pero no lo conseguí, así que si alguien lo conoce, que por favor avise.
En 2010 versionó este tema Zaz (curiosamente, también a los 30 años). Esta formidable cantante, Isabelle Geoffroy se llama en realidad, vivió mucho tiempo en el mismo Montmartre que la protagonista de la canción-relato que hoy nos ocupa, y se ganaba la vida cantando en la calle y en pequeños locales.

Disfruten de la triste historia y de estas dos magníficas versiones…


 Dans ma rue, por Zaz

En mi calle

Vivo en un rincón del viejo Montmartre,
mi padre se emborracha todas las noches,
y para alimentarnos a los cuatro
mi pobre madre trabaja en una lavandería.

domingo, 22 de enero de 2017

Morirse de risa, de Antonio Ballesteros

Quizá Morirse de risa* no sea mi mejor relato, pero con seguridad es el más complejo, desde un punto de vista técnico.
Contando el del narrador que acaba siendo parte fundamental de la historia, son cuatro los lapsos temporales que el cuento desarrolla de forma simultanea, y con muy poco esfuerzo habría podido convertirse en una novela corta.
Es de recibo advertir que la descripción de la paliza que dos neonazis le propinan al desdichado protagonista puede herir algunas sensibilidades, aunque menos de lo que a diario lo hacen los informativos periodísticos.
Por lo demás, guardo un grato recuerdo de Morirse de risa porque lo redacté cuando se formaba el ya fenecido grupo Arrendajos, en el que tan buenos amigos tuve (y conservo).

Espero que lo disfruten.

* "Morirse de risa" forma parte del volumen Historias nuevas del casco antiguo de Toledo (personajes entrelazados), de Editorial Ledoria  (Toledo). Su protagonista, Guillermo Barea, es el pordiosero que al cruzarse con doña Mariola, en la estación de ferrocarril, le da una flor...


Morirse de risa, de Antonio Ballesteros



HE REBOBINADO DECENAS de veces la grabación de la cámara de vigilancia del cajero automático. He congelado la imagen innumerables ocasiones para escudriñar al detalle la expresión de su rostro. He hablado con quienes le trataron en su juventud y con los testigos de sus últimos días. Y, sobre todo, he reflexionado de forma obsesiva sobre sus minutos finales, los recogidos en la grabación.

lunes, 31 de octubre de 2016

Barrer la carretera, de Enrique Galindo

Enrique, de quien ya publicamos Chocolate, nos dio la alegría de ser el ganador de la 56ª edición del concurso CAM de Cuentos Gabriel Miró (aunque seguro que más contento se puso él con los 12.000 euros del premio).

En Barrer la carretera retrata con penetrante claridad a mujeres y familias de otra época, no tanto por los años que nos separan de ellas sino por su mentalidad.
Una época en la que el "Gran Hermano" no estaba en las redes sociales, como ahora, sino en el "qué dirán", esa formidable herramienta de represión que tanta infelicidad esparció entre millones de seres.
En su blog literario (anclado desde el principio en el nuestro) podemos seguir su trayectoria y comprobar que cada poco aumenta su colección de prestigiosos galardones.
Y en este otro podemos disfrutar de su faceta artística complementaria, la de pintor.

Disfruten de esta pequeña joyita.


Barrer la carretera, de Enrique Galindo

Barre la carretera. Siempre la barrió desde que la C-321 pasó por delante de su puerta, incluso antes de ser la casa de su propiedad, cuando era dominio de su padre y en la cual estaban incluidos su madre y ella misma desde que nació. No se conforma con la costumbre adquirida, como una necesidad urgente del aliento, de barrer la casa. Ni siquiera con acudir día a día, a las ocho de la mañana ―el ritual marca la vida―, con el tiempo que caiga, a su cita con quitar el polvo acumulado en la acera y continuar después, siempre en ese orden, con el asfalto de la calzada.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Francisco ya puede volar, de Ana Laura Lissardy

Conocí a Ana Laura cuando vino a presentarnos su último libro, Ser Luis, una novela en la que mezcla la peripecia vital de un adolescente ficticio y prototípico con la biografía del famoso futbolista uruguayo Luis Suárez.
Ahora, esta escritora de prosa tan fácil como elegante nos regala un lindísimo y entrañable cuento cuyo protagonista es un niño con el que muchos se identificarán. Una historia que les encantará, también, a los adultos, especialmente a los docentes a quienes les gusta su profesión.


Francisco ya puede volar, de Ana Laura Lissardy


Francisco podía ver vientos, tormentas, volcanes y olas en una gota de lluvia en la ventana. Y podía ver un mundo entero en un grano de arroz. Cuando echaba azúcar a su Vascolet, por ejemplo, veía a los sembradores y cortadores de caña en esa cascada blanca que caía en su taza. Cuando se acostaba y un rayo de luna entraba por su ventana, veía una galaxia entera y hasta la explosión del Big Bang. Podía ver toda la vida en su verdadera dimensión.
Iluastración de Dayana Gaviria


Cuando podía, porque muchas veces le llamaban la atención y lo rezongaban, por “distraído” o por “no prestar atención”. Como le pasaba en la escuela.

Porque Francisco también salía a volar con las palabras. Cuando la maestra hacía un dictado, por ejemplo, mientras sus compañeros de clase iban escribiéndolas, él corría y pegaba un salto sobre ellas como si fueran un skate salía volando por la clase, por los pasillos, por la puerta de entrada de la escuela, las calles, la plaza, la canchita del barrio.

Siempre había una palabra que lo hacía salir a volar y que, con el impulso, le quitaba la capucha de la cabeza y hacía bailar a sus rulos negros con el viento.

Desde lo alto, Francisco lo veía todo. Un perro salchicha, un afilador, el moño de una niña, la cola de un gato apuntando al cielo… Hasta que la maestra lo rezongaba, le preguntaba qué diablos estaba haciendo, dónde andaba, y por qué no era capaz de escribir lo que le dictaba. A lo que algunos de sus compañeros se reían y burlaban, lo llamaban “distraído”, y recalcaban que solo había escrito una palabra.

Francisco intentaba explicar dónde había estado pero, nervioso por el reto y las risas, entreveraba las palabras e incluso hasta las letras, mientras escondía todo su cuerpo en aquella capucha que siempre llevaba.

Después, apurado por escribir todas las palabras que le faltaban, en el atropello, las dibujaba al revés, boca arriba, corridas más allá o confundidas unas con las otras. La z con la s, la m con la n o la w, la r dada vuelta. Y siempre todo aquello terminaba con una nota con letras rojas de la maestra y un rezongo en su casa.

Pero un día llegó una nueva maestra a la clase, Sofía. Sofía era alta, usaba pollera y botitas verdes, y broches de distintos colores en su pelo marrón y vertical. El primer día que hizo un dictado, vio a Francisco salir volando sobre las palabras y lo dejó alejarse por la ventana. Francisco viajó y viajó como hacía siempre, y vio un gorrión en un semáforo, una media en un tendedero, y muchas cosas más.

Cuando se cansó, volvió a la clase, y lo primero que vio fue la sonrisa de Sofía, que le dijo, apenas llegó:

—Bienvenido, Francisco. Tenemos curiosidad por saber por dónde anduviste. ¿Nos contás?

Francisco miró a sus compañeros, casi tan sorprendido como ellos, que no entendían cómo esa “rareza” podía ser tomada en serio por una maestra.

—Sí, Francisco. Me encantaría saber qué hay allá, donde yo no puedo ver nada. Contanos.

—Eh… —dudó un momento mirando el banco—. Estaba escribiendo la palabra “solo” y entonces vi un calcetín colgado solo y triste en un tendedero. Pero el calcetín salió volando con el viento y cayó sobre un gorrión que estaba parado en un semáforo y que, al levantar vuelo, hizo señalar a una nena que estaba esperando para cruzar la calle con su madre, que hablaba por celular. La mamá dejó de hablar por un segundo para ver lo que señalaba la hija y, por algo que vio, cambió una respuesta que iba a dar de “no” a “sí”. Entonces, la persona que estaba del otro lado del teléfono pegó un salto de alegría e hizo caer dos libros del estante de una librería en la que estaba comprando. Y un hombre que estaba ahí al lado vio uno de los libros caídos, lo levantó y se rió porque era justo lo que necesitaba. Entonces…

Y así siguió Francisco, contando todo lo que había visto en el viaje y cómo una media rota y sola se había convertido en varias alegrías. Y todo eso había pasado mientras escribía la palabra “solo”. Pero a Sofía parecía importarle mucho menos el tiempo que le llevó escribir que todo lo demás; que todo ese viaje que acababa de contar.

—Gracias, Francisco, por esta aventura —le dijo Sofía cuando terminó—. La palabra “solo” se transformó a través de las personas y de las historias en algo cada vez mejor, hasta hacer saltar de alegría. ¡Es una gran aventura! —y lo felicitó.

Los niños miraron sorprendidos y no dijeron nada. Pero el que más se sorprendió fue Francisco, que dibujó en su cara unos ojos redondos y una sonrisa tímida pero decidida.

Más se sorprendió los días siguientes, cuando sus compañeros se empezaron a acercar a él para pedirle que les contara qué veía en palabras que le decían: pato, renglón, hormiga, lápiz… Muchas veces eran palabras tristes (llanto, injusto, rabia…), y tal vez era algo que sentían. Francisco nunca preguntaba. Solo salía a volar sobre ellas (sin capucha, que ya casi nunca usaba) y, cuando volvía, les contaba todo lo que había visto. Sus compañeros lo escuchaban atentos y siempre, siempre, se iban de ahí con una sonrisa o hasta reían con él de la aventura. Nunca más lo llamaron “distraído” entre burlas. Quizás porque entendieron que distraídos andaban ellos, todos los demás.

Dicen que los contadores de historias y los escritores fueron alguna vez como Francisco. Y que cada vez que los leés, hacés que salgan a volar. Y también dicen que tú mismo podés ser Francisco, si te dejás llevar.




En este enlace puedes escuchar el relato, leído por la periodista uruguaya Ximena Barbé.

Y en este otro encontrarás el libro completo para el que fue escrito, con textos de Roy Berocay, Malí Guzmán, Magdalena Helguera, Sergio López Suárez, Ignacio Martínez, Susana Olaondo, Lía Schenck, Helen Velando, Martín Solari, Lucía Pietrafiesa, Marina Cruz Gracia, Ana Lacoste, Gabriela Armand Ugon, Gabriel Aznarez, Daniel Baldi, Cecilia Curbelo, Ana Laura Lissardy, Fabián Severo, Marcos Vázquez, Rodolfo Santullo, Matías Bergara, Diego Castro, Germán País, Alejandro, Michelena, Claudia Amengual, Hugo Burel, Susana Cabrera, Miguel Ángel Campodónico, Marcia Collazo, Henry Trujillo, Ada Vega, María Julia Alcoba, Mercedes Rosende y Rafael Fernández Pimienta.

Por cierto, uno de esos relatos, también precioso, el de Marina Cruz Gracia, ya lo publicamos no hace mucho en este blog: Las manchas de la luna.
Además, en el volumen participan dos escritores que ya nos dejaron muestras de su buen hacer:  Fabián Severo (Noite nu norte), e Ignacio Martínez (Los hartados).

lunes, 19 de septiembre de 2016

Carta a Sancho Panza, de Carmen Hernández Montalbán



Fue mi amiga Soledad Jacobe quien un día insistió para que fuéramos a Guadix (Granada) a visitar a unas hermanas escritoras a quienes quería (y quiere) mucho.
Por eso (una de las tantas cosas que tengo que agradecer a Sole), conocí Guadix y a Carmen, que hoy nos regala este breve relato en el que da voz a un atribulado Don Quijote.



Carta a Sancho Panza, de Carmen Hernández Montalbán

Amigo Sancho, no sé cómo habrá de llegar esta carta a tu poder, pues me figuro que ni con calzas de muchas leguas se pueda salvar tanta distancia y, en caso que ésta te llegara, sería menester, acaso, el concurso del Licenciado Pérez, quien pudiera desentrañar su sentido sin que a tus entendederas estas letras se le antojen un ejército de hormigas.

viernes, 22 de enero de 2016

Montevideo transformado, de Antonio Ballesteros

La fotografía muestra cómo transmuta el primer edificio de la Avenida 18 de Julio.

Los iniciales choques en cadena se produjeron cuando los primeros rayos de sol alumbraron un Montevideo que comenzaba a desperezarse:

miércoles, 13 de enero de 2016

Harrison Bergeron, de Kurt Vonnegut

Ojalá ninguna sociedad futura se parezca a la que plantea Vonnegut en este inquietante (además de distópico y satírico) relato, aunque si encendemos un poco cualquier canal de televisión pareciera que vamos camino de ello.
Kurt Vonnegut (1922 - 2007), autor de Las sirenas de Titán, fue un escritor estadounidense con un apreciable sentido del humor, a pesar de que su dramática experiencia como prisionero de los nazis en la IIª Guerra Mundial seguramente marcó el tono un tanto pesimista de su obra.
Harrison Bergeron plantea una sociedad igualitaria por ley que eleva a prototipo la mediocridad. Ya Heródoto, en Las historias, Libro 5, 92-f, plantea algo similar para conseguir un gobierno “placido”:
Periandro había enviado un heraldo a Trasíbulo de Mileto y le consultó de qué forma podía él gobernar mejor y de forma más segura su ciudad. Trasíbulo condujo al hombre enviado por Periandro fuera de la ciudad, y lo llevó a un campo sembrado. Mientras caminaba entre el trigo, preguntando constantemente por qué el mensajero había ido a verlo a él desde Cípselo, iba cortando los brotes más altos de trigo que veía a su paso, y los arrojaba al camino, hasta que hubo destruido la mejor y más rica parte de su sembrado. Luego, regresó a su morada y sin una palabra de consejo, despidió al heraldo.
Cuando el heraldo regresó a Cípselo, Periandro estaba ansioso por escuchar el consejo que había traído el heraldo, pero el hombre le explicó que Trasibulo no le había dado ninguno. El heraldo agregó que en realidad lo había enviado a ver a un hombre muy extraño, un loco que destruía sus posesiones, y le contó a Periandro lo que le había visto hacer a Trasíbulo. Sin embargo, Periandro comprendió lo acontecido e interpretó que Trasíbulo le había aconsejado eliminar a aquellos ciudadanos que tenían habilidades o influencias fuera de lo común. Por ello comenzó a tratar a sus ciudadanos de una forma desconsiderada y malvada.

Como ven, no hay nada nuevo bajo el sol, el “panem et circenses” tiene muchas variantes. Que disfruten el relato y mucho cuidado si dentro de su cabeza escuchan ruiditos sospechosos.

Harrison Bergeron, de Kurt Vonnegut

En el año 2081 todos los hombres eran al fin iguales. No sólo iguales ante Dios y ante la ley, sino iguales en todos los sentidos. Nadie era más listo que ningún otro; nadie era más hermoso que ningún otro; nadie era más fuerte o más rápido que ningún otro. Toda esta igualdad era debida a las enmiendas 211, 212 y 213 de la Constitución, y a la incesante vigilancia de los agentes de la Directora General de Impedidos de los Estados Unidos.

domingo, 10 de enero de 2016

El solipsista, de Fredric Brown

Encontré este brevísimo cuento de Fredric Brown (1906-1972) buscando predicciones a muy largo plazo de la ciencia ficción, para uno de los proyectos que pretendo llevar a cabo en este 2016.
Y me encantó por su sencillez.
Brown fue un buscavidas que, para vivir de la escritura, hizo casi de todo: cuentos de misterio, policíacos, ciencia ficción, corrección de textos, series de detectives...
Bienvenido sea, disfruten de este solipsista pero no se confíen, quizá solo gracias a él están ustedes leyendo con tanta tranquilidad...


El solipsista, de Fredric Brown
Walter B. Jehovah, por cuyo nombre no pido excusas puesto que realmente fue su nombre, fue un solipsista toda la vida. Un solipsista, en el caso de que no conozcas la palabra, es alguien que cree que él es la única cosa que existe realmente, que el resto de la gente y el universo en general existe solo en su imaginación, y que si él dejara de imaginarlos su existencia acabaría.

sábado, 9 de enero de 2016

La lotería, de Shirley Jackson

Recopilando material para los talleres me reencontré con este sobrio cuento de terror de la escritora estadounidense Shirley Jackson. Lo escribió en 1948, y mediante lo que parece un intrascendente diálogo entre unos pacíficos vecinos, nos adentra en un espeluznante trasfondo que esas mismas personas aceptan con toda normalidad.
Aunque ambientado en la América profunda, no hay que escarbar mucho para verlo como una metáfora de la hipocresía social con que nosotros, modernos ciudadanos del siglo XXI que manejamos la última tecnología, aceptamos a diario y sin rasgarnos las vestiduras más que de forma virtual mil y una situaciones mucho más dramáticas que las que el cuento refleja.
Jackson influyó en la forma de enfocar el terror de autores tan notables como King, Kneale o Matheson, y se cuenta que su marido, para promocionar la primera novela de esta escritora, difundió el bulo de que había practicado brujería, cuestión que la escritora hubo de desmentir más tarde.
Shirley Jackson murió en 1965 de un ataque al corazón, mientras dormía, a la temprana edad de 48 años.
La ilustración es de un lienzo del pintor Grant Wood que se encuentra en The Art Institute de Chicago. El "gótico americano" es la reivindicación de un tipo de vida que se fue para no volver.


La lotería, de Shirley Jackson

La mañana del 27 de junio amaneció clara y soleada con el calor lozano de un día de pleno estío; las plantas mostraban profusión de flores y la hierba tenía un verdor intenso. La gente del pueblo empezó a congregarse en la plaza, entre la oficina de correos y el banco, alrededor de las diez; en algunos pueblos había tanta gente que la lotería duraba dos días y tenía que iniciarse el día 26, pero en aquel pueblecito, donde apenas había trescientas personas, todo el asunto ocupaba apenas un par de horas, de modo que podía iniciarse a las diez de la mañana y dar tiempo todavía a que los vecinos volvieran a sus casas a comer.

jueves, 7 de enero de 2016

Mi loro Fabricio, de Antonio Ballesteros


Hace años mi familia regentaba una heladería. Venía mucha gente a saborear los magníficos helados que mis padres elaboraban. En el negocio ayudábamos todos, aunque yo, que soy el pequeño de la familia, tenía menos obligaciones que mis hermanos mayores. Cuando me tocaba ayudar, me acompañaba Fabricio. Es un loro que todavía, quince años más tarde, sigue conmigo.

jueves, 8 de enero de 2015

El gato que caminaba solo, de Rudyard Kipling

Rudyard Kipling (1865-1935) fue un escritor inglés que nació en la India. Esta nación le dona la conocida espiritualidad que rezuman sus textos.
Este relato, catalogado generalmente como infantil, trata de los mitos sobre los orígenes de la convivencia del hombre con los animales llamados domésticos, retratando al gato como ese animal que convive con el humano como mascota sin perder su independencia y gran parte de su idiosincrasia salvaje.
Aunque prefiero al Kipling novelista, ya que como cuentista me parece que se enreda excesivamente en los planteamientos, este cuento me encantó desde la primera vez que lo leí, y lo sigue haciendo ahora.

Del autor de El Libro de la Selva y de If, disfruten este delicioso relato.

El gato que caminaba solo, de Rudyard Kipling

Sucedieron estos hechos que voy a contarte, oh, querido mío, cuando los animales domésticos eran salvajes. El Perro era salvaje, como lo eran también el Caballo, la Vaca, la Oveja y el Cerdo, tan salvajes como pueda imaginarse, y vagaban por la húmeda y salvaje espesura en compañía de sus salvajes parientes; pero el más salvaje de todos los animales salvajes era el Gato. El Gato caminaba solo y no le importaba estar aquí o allá.

domingo, 4 de enero de 2015

Las manchas de la luna, de Marina Cruz Gracia

Iniciamos 2015 como finalizamos el año que se fue: con el relato de una escritora uruguaya viva que nos sirve, además, como "regalo de Reyes" para nuestros lectores.
En este caso Marina Cruz Gracia (Montevideo, 1959), a quien le pedí este cuento porque al leer Las manchas de la luna comprobé que su relato cumple uno de los requisitos irrenunciables que cualquier escritor busca al encarar un texto: que en él no falte ni sobre una sola palabra, como recomendaba Quiroga.
Y, en efecto, este brevísimo cuento recoge, sin que narrador alguno interfiera en ella, la conversación inocente y cruelmente reveladora de dos niños sobre la carta que uno de ellos le enviará a los Reyes Magos.
La ilusión, el miedo y la tragedia se entreveran en un texto tan breve como contundente. Tras el mismo, una semblanza de la autora.

Las manchas de la luna, de Marina Cruz Gracia


—¿Viste las manchas que tiene la luna? Mamá me dijo que son los Reyes Magos que viven ahí.

—No, ¿cómo van a vivir en la luna? Los Reyes vienen por el desierto.

—Entonces, ¿qué son esas manchas de la luna? Yo veo a los Reyes clarito, clarito.

sábado, 27 de diciembre de 2014

Única vez, de Olga Traba Carballo

Despedimos el 2014 con un texto tan delicado como sensible, a la vez que feminista y, si se quiere, atrevido.

Narra el descubrimiento del inocente y limpio erotismo con el que una mujer, tras ser madre y abuela, se encuentra; y lo transmite como un lindo recuerdo a su nieta más querida.
Conocí a Olga Traba en un seminario sobre medio ambiente que se celebró en Bella Unión la ciudad uruguaya de la Triple Frontera, entre Uruguay, Argentina y Brasil―, al que asistieron técnicos del Parque Nacional de Doñana, ya que se trataba de conseguir para el Rincón de Franquía (un enclave en el que se pueden observar hasta 200 especies de aves) un marco de protección similar al que tiene el parque onubense.
Sabía que Olga escribía, pero no que lo hacía tan bien. Fue una muy grata sorpresa.
Ojalá tengamos pronto aquí otro relato suyo...

Tras el cuento, una breve semblanza de la autora. 

Única vez, de Olga Traba Carballo

Sé que la abuela no le contó a nadie más esta historia.

Ahora que está muerta dirán que es otra de mis fantasías, que lo inventé todo, y es una mentira. Pero no es así, ocurrió de verdad y lo cuento tal y como ella me lo trasmitió aquella vez.

domingo, 21 de diciembre de 2014

La trama celeste, de Adolfo Bioy Casares

Bioy sería un escritor mucho más reconocido si no hubiera desarrollado su labor a la sombra de Borges, aunque quizá la generación de ideas de sus textos se hubiera resentido sin ese estímulo, para ambos.
El presente relato anticipa la teoría de los universos múltiples, o palalelos, que formuló  Huge Everett en los años 50 del siglo XX, y apareció en una antología a la que dio nombre, en 1948.
La prodigiosa imaginación del autor de La invención de Morel, nos plantea una situación que, según transcurre el relato, nos envuelve y subyuga hasta hacernos comprender de forma natural y lógica que nuestro mundo quizá no es el único posible, y nos lleva a plantearnos cuántos seres casi idénticos a nosotros mismos vivirán sus vidas al mismo tiempo que nosotros.
¿Qué pasaría si entrásemos en uno de esos mundos...?

La trama celeste, de Adolfo Bioy Casares

Cuando el capitán Ireneo Morris y el doctor Carlos Alberto Servian, médico homeópata, desaparecieron, un 20 de diciembre, de Buenos Aires, los diarios apenas comentaron el hecho. Se dijo que había gente engañada, gente complicada y que una comisión estaba investigando; se dijo también que el escaso radio de acción del aeroplano utilizado por los fugitivos permitía afirmar que éstos no habían ido muy lejos. Yo recibí en esos días una encomienda; contenía: tres volúmenes in quarto (las obras completas del comunista Luis Augusto Blanqui); un anillo de escaso valor (un aguamarina en cuyo fondo se veía la efigie de una diosa con cabeza de caballo); unas cuantas páginas escritas a máquina —Las aventuras del capitán Morris— firmadas C. A. S. Transcribiré esas páginas.


jueves, 18 de diciembre de 2014

El guardagujas, de Juan José Arreola

Juan José Arreola (Ciudad Guzmán, México, 1918-2001), o el maestro de lo inesperado. En este kafkiano y divertido relato muchos identificarán su propio desaliento al enfrentarse con la maquinaria burocrática del estado o de las grandes empresas, esas que nos bombardean con sus avisos publicitarios cuando nos quieren vender algún producto o servicio y que nos pudren hasta el absurdo con mensajes grabados si pretendemos hacerles un reclamo.
De Arreola se puede asegurar que se divertía escribiendo, y eso se percibe en su fácil lectura, lo que el lector (al menos yo) agradece; y que fue un enamorado del libro: no en vano fue encuadernador, corrector, profesor y editor, además de promotor cultural y comentarista de radio y televisión.
Tras el relato adjuntamos el enlace del cuento sonoro que hallamos en la página de la Universidad Nacional Autónoma de México, que grabó el nieto del autor, Alonso Arreola, en 2012, con la dirección de Margarita Heredia.
Que disfruten.

El guardagujas, de Juan José Arreola

El forastero llegó sin aliento a la estación desierta. Su gran valija, que nadie quiso cargar, le había fatigado en extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la mano en visera miró los rieles que se perdían en el horizonte. Desalentado y pensativo consultó su reloj: la hora justa en que el tren debía partir.

sábado, 13 de diciembre de 2014

El hombre en la calle, de Georges Simenon

García Márquez dijo de El hombre de la calle que era el mejor relato que había leído. Lo leyó de joven y no recordaba ni el título ni el autor, y llegó a obsesionarse con ello. Es una buena tarjeta de presentación para este cuento policíaco que el prolífico Simenon (más de 200 obras publicadas) nos regala hoy.

Aunque su personaje más conocido es el protagonista de este relato, el inspector Maigret, que desarrolla su labor en París, muy recomendables son las novelas que Simenon situó en pequeñas ciudades francesas, ya que le permiten retratar personajes de apariencia impoluta, modelos para la comunidad y que, sin embargo, basan su status en oscuras prácticas mafiosas para reinar en sociedades tan hipócritas como mezquinas.
El inefable Maigret fue popularizado mundialmente por el actor Jean Gabin, y es de reseñar que, basados en novelas de Simenon se rodaron alrededor de 50 films.
Amante de tramas simples, los personajes de Simenon (Lieja, 1903-1989) son por lo general muy cercanos, accesibles y humanos, como si estuvieran presos de sus destinos. Tal parece ser el caso de...

El hombre en la calle, de Georges Simenon

Los cuatro hombres iban apretujados dentro del taxi. En París helaba. A las siete y media de la mañana la ciudad estaba lívida, el viento hacía correr a ras de suelo un polvillo de hielo.

El más delgado de los cuatro, en un asiento abatible, tenía un cigarrillo pegado al labio inferior e iba esposado. El más importante, de mandíbula fuerte, envuelto en un recio abrigo y con un sombrero hongo en la cabeza, fumaba en pipa viendo desfilar ante sus ojos la verja del Bois de Boulogne.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Enoch Soames, de Max Beerbohm

Max Beerbohm (Londres, 1872-1956) no es un escritor en exceso conocido, pero su Enoch Soames figura en cualquier antología universal del cuento que se precie, comenzando por la que Borges, Silvina y Bioy compilaron.
Utilizando la argucia de convertirse él mismo autoparodiándose y con su nombre verdadero en narrador del cuento, consigue la necesaria verosimilitud que cualquier relato fantástico precisa.
Una estructura perfecta que nos sitúa ante la tragicomedia de un escritor que se toma demasiado en serio a sí mismo, hasta el punto de vender su alma al diablo. Pero no para asegurarse la gloria mundana sino simplemente para comprobar de forma fehaciente cómo lo tratará la posteridad.
Exquisito —y a veces cruel, incluso con el diablo— en el retrato de los personajes y preciso en la secuenciación de la trama, Beerbohm construye una historia sin resquicios, imperdible para cualquier aficionado al género.
Como colofón al cuento, y quizá para hacerlo más redondo todavía, constatar dos curiosidades: que existe una espléndida página (que descubrí gracias a "Lecturas errantes") que "hace real" a Enoch Soames y denosta al "calumniador" Beerbohm. Es Cypherpress, merece la pena visitarla, de ella son las ilustraciones que acompañan este peculiar y raro relato.
La segunda es que el ilusionista norteamericano R. J. Teller, que había leído el cuento 34 años antes, apareció en la sala de lectura del Museo Británico caracterizado como Enoch Soames. Eran las 14:10 del día 3 de junio de 1997. Se comportó según se narra en el relato, provocando gran expectación en los presentes. Según dice el mismo Enoch en el cuento: "Llamé mucho la atención. Creo que más bien los atemoricé. Me rehuían cuando me aproximaba. Los hombres que ocupaban el escritorio circular en el centro de la sala parecían asaltados del pánico cada vez que me acercaba para hacer alguna averiguación".
Y luego desapareció, misteriosa y sorprendentemente, sin que nadie supiera cómo...

Enoch Soames, de Max Beerbohm

Cuando el señor Holbrook Jackson dio al mundo un libro sobre la literatura del 90, busqué ansiosamente en el índice el nombre de Soames, Enoch. Temía que no estuviese. Y no estaba. Sin embargo, figuraban todos los demás. Muchos escritores a quienes yo olvidara por completo o solo recordaba vagamente, resucitaron ante mí, con sus obras, en las páginas del señor Holbrook Jackson. El libro era tan minucioso como brillante.

El diente roto, de Pedro Emilio Coll

El escritor Pedro Emilio Coll (1872-1947), padre del modernismo venezolano, tuvo la suerte de que Marcolina, su vieja aya, mientras le criaba le llenó la cabeza de historias y cuentos infantiles. Con ese bagaje y siendo su padre impresor, parecía predestinado a la Literatura.

El diente roto, un cuento muy breve, reseña la historia de un niño revoltoso que sufre un accidente. Desde entonces no vuelve a abrir la boca, lo que es interpretado por sus convecinos como una señal de suprema sabiduría.

La fábula fue refinada y mejorada por Jerzy Kosinski en “Being There”, traducido como Desde el Jardín (una de las novelas que no se pueden dejar de leer). Hal Ashby realizó su adaptación cinematográfica (que en España se distribuyó como Bienvenido, Mr Chance), con Peter Sellers 
en lo que fue su último trabajo dando vida al bobo prodigioso.
Pedro Emilio Coll, periodista, ensayista y diplomático,
que entre 1895 y 1907 fue colaborador de la revista
El Cojo ilustrado 

El diente roto, de Pedro Emilio Coll

A los doce años, combatiendo Juan Peña con unos granujas recibió un guijarro sobre un diente; la sangre corrió lavándole el sucio de la cara, y el diente se partió en forma de sierra. Desde ese día principia la edad de oro de Juan Peña.


Con la punta de la lengua, Juan tentaba sin cesar el diente roto; el cuerpo inmóvil, vaga la mirada sin pensar. Así, de alborotador y pendenciero, tornóse en callado y tranquilo.

viernes, 5 de diciembre de 2014

El nadador, de John Cheever

El novelista estadounidense John Cheever (1912 - 1982) es el autor de El nadador (“The Swimmer”, 1964), todo un clásico del cuento norteamericano.
Con cuidado detallismo y un magistral uso de la escritura simbólica, Cheever mostró la infelicidad y las debilidades de la clase media-alta con la que convivió.
Para muchos, el sueño americano se convirtió en una pesadilla que aterrorizaba pero de la que no se querían despertar.
El texto, que originariamente tenía 150 páginas, quedó reducido a 15. Y aunque todo en él parezca lineal y claro, está lleno de trampas estratégicamente secuenciadas, de forma que la sensación de incertidumbre que se apodera progresivamente del protagonista se contagia al lector.
En un momento crucial del periplo, el narrador nos confía una pregunta inquietante: «¿Le fallaba la memoria o la tenía tan disciplinada contra los sucesos desagradables que llegaba a falsear la realidad?»
Ned no quiere reconocer la verdad y transita desde la mentira a la cruda realidad. Pero cuanto más se adentra en la mentira, más cerca está de despertar…


El nadador, de John Cheever

Era uno de esos domingos de mitad de verano en que todo el mundo repite: «Anoche bebí demasiado.» Lo susurraban los feligreses al salir de la iglesia, se oía de labios del mismo párroco mientras se despojaba de la sotana en la sacristía, así como en los campos de golf y en las pistas de tenis, y también en la reserva natural donde el jefe del grupo Audubon sufría los efectos de una terrible resaca.
—Bebí demasiado —decía Donald Westerhazy.
—Todos bebimos demasiado —decía Lucinda Merrill.
—Debió de ser el vino —explicaba Helen Westerhazy—. Bebí demasiado clarete.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Dejar a Matilde, de Alberto Moravia

¿La dejará finalmente o no?
No está claro si Dejar a Matilde habla de amor o de desamor.
Alberto Moravia (1907 - 1990), autor de Los indiferentes y La romana, fue un apreciable cuentista de sobrio pero muy  cuidado estilo.
Procedente de una familia burguesa, critica con frecuencia la hipocresía y el miope y hedonista acomodamiento de la sociedad que le tocó vivir.
Sus personajes masculinos están llenos de hastíos, inseguridades y dudas, lo que resalta la personalidad de los femeninos; un ejemplo es la frase con la que el protagonista y narrador cierra el presente relato:
"Corrió hacia arriba y yo me quedé como un bobo, mirándola alejarse".
Aunque sus féminas tampoco pretendan escapar de la mediocridad, al menos demuestran mucha más capacidad para adaptarse a su medio.
Las pinturas que ilustran el relato son del espléndido pintor catalán Josep de Togores i Llach (1893 - 1970), que no solo compartió con Moravia época y mar, sino una particular afición por retratar la sociedad burguesa. Les animo a conocerle en los enlaces que se adjuntan tras el relato.


Dejar a Matilde, de Alberto Moravia

Un amigo mío camionero ha escrito en el cristal del parabrisas: “Mujeres y motores, alegrías y dolores”. No digo yo que no tenga sus buenas razones para decir que los dolores y las alegrías que le procuran las mujeres tengan más o menos el mismo peso en la balanza de su vida. Digo que, al menos por lo que se refiere a Matilde y a mí, esa balanza andaba muy desequilibrada: por un lado, muy alto, el platillo de las alegrías; por el otro, muy bajo, el platazo de los dolores. De modo que, al final, tras un año de noviazgo de puras peleas, incumplimientos de palabra, bribonadas y traiciones, decidí dejarla a la primera oportunidad.

domingo, 30 de noviembre de 2014

No puedo evitar decir adiós, de Ann Mackenzie

Quizá uno de los relatos más difundidos últimamente por la red, pero en cualquier caso una pequeña joya.
Espeluznante por su contenido, y un texto poco habitual, sin una sola coma.
Al ser la protagonista una inocente niña de nueve años que narra en primera persona, la ausencia de puntuación parece un acierto (aunque espero que no se extienda la moda).
La niña puede ponerte los pelos de punta, como algunas de sus colegas cinematográficas con las que ilustramos el texto, o las inquietantes creaciones de Ray Caesar.
No tenemos datos fiables sobre la (supuestamente) autora, por lo que se agradecerá cualquier aporte en ese sentido.
Tras el texto, una no menos escalofriante colección de frases (recogida en reddit.com) que algunos padres aseguran haber escuchado a sus hijos, y que a buen seguro tampoco les dejarán impasibles.
Que pasen una buena noche, y que despierten bien.


No puedo evitar decir adiós, de Ann Mackenzie

Me llamo Karen Anders y tengo nueve años y soy pequeña y morena y corta de vista y vivo con Max y Libby y no tengo amigas.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Una niña perversa, de Jehanne Jean-Charles


Jehanne Jean-Charles, una escritora francesa que yo desconocía hasta hace poco, escribió este espléndido y brevísimo relato en el que retrata los celos fraternales de una niña, consiguiendo un relato de terror con mínimos medios.
Busco ahora Las Plumas del cuervo y otros cuentos crueles (Le Livre de Poche, 1962), que promete emociones fuertes.
En YouTube se pueden encontrar varias y disparejas versiones de cortometrajes basados en este relato, algunas bastante fieles al texto.

Cuidado con la niña, la pueden tener muy cerca...

Una niña perversa, de Jehanne Jean-Charles

Esta tarde empujé a Arturo a la fuente. Cayó en ella y se puso a hacer "gluglú" con la boca, pero también gritaba y lo escucharon. Papá y mamá llegaron corriendo. Mamá lloraba porque creía que Arturo se había ahogado. Pero no era así. Ha venido el doctor. Arturo está ahora muy bien. Ha pedido pastel de mermelada y mamá se lo ha dado. Sin embargo, eran las siete, casi la hora de acostarse, cuando pidió pastel, y a pesar de eso mamá se lo dio. Arturo estaba muy contento y orgulloso. Todo el mundo le hacía preguntas. Mamá le preguntó cómo había podido caerse, si se había resbalado, y Arturo ha dicho que sí, que se tropezó. Es gentil que haya dicho eso, pero yo sigo detestándolo y volveré a hacerlo en la primera ocasión.


martes, 25 de noviembre de 2014

Los asesinos, de Ernest Hemingway

Del autor de El viejo y el mar traemos hoy un breve relato, Los asesinos.
Con escuetas pinceladas y la fuerza de los diálogos, don Ernesto (1899-1961) transmite con su habitual sobriedad y maestría el enigmático y animalesco aura de unos matones a sueldo que llegan a un pequeño pueblo para abatir a su presa de turno.
Tomando como base este relato, de 1927, en 1946 Robert Siodmak rodó The killers, un film de serie negra que tuvo a Burt Lancaster y Ava Gardner como protagonistas y a John Huston como coguionista; y en 1964, Don Siegel filmó El código del hampa.
Posteriormente, Pulp fiction reflejará con más crudeza la vida de los matones a sueldo y el trasfondo que representan.
En el film de Siodmak se calca el relato de Hemingway para iniciar la historia, y posteriormente se elabora una compleja trama para responder a las preguntas que quedan en el aire.
Un relato que se lee de un tirón y nos deja pensando, porque retrata uno de los mecanismos (el uso de la fuerza, en teoría potestad exclusiva del estado) que explica que nuestras sociedades sean como las conocemos hoy.

Los asesinos, de Ernest Hemingway

La puerta del restaurante de Henry se abrió y entraron dos hombres que se sentaron al mostrador.
―¿Qué van a pedir? ―les preguntó George.
―No sé ―dijo uno de ellos―. ¿Tú qué tienes ganas de comer, Al?
―Qué sé yo ―respondió Al―, no sé.


Afuera estaba oscureciendo. Las luces de la calle entraban por la ventana. Los dos hombres leían el menú. Desde el otro extremo del mostrador, Nick Adams, que conversaba con George cuando ellos entraron, los observaba.


―Yo voy a pedir costillitas de cerdo con salsa de manzanas y puré de papas ―dijo el primero.
―Todavía no está listo.
―¿Entonces para qué carajo lo pones en la carta?
―Esa es la cena 
le explicó George―. Puede pedirse a partir de las seis.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...